Con una de esas personas que deben manosearte para hacerse una idea de cómo eres; primero (y es de esperar que vestido) te manosean la cara y tal vez dicen que eres guapo (hasta entonces se han sentido atraídas por otra cosa, una voz bonita o un carácter determinado, parece loable comparado con las miradas lascivas y carnívoras de los videntes).
Una vez claras las cosas, en el dormitorio quiero decir, la exploración del cuerpo es igualmente pausada y metódica, parece ser uno saboreado con mucho más criterio que de un simple vistazo. Saboreado y descubierto a la vez; por no hablar de los genitales, uno se los saca, la polla tiesa, bamboleante y hambrienta como un sabueso (ciega, también, a su manera). Siempre es agradable ese momento en que uno se saca la polla y ella la mira, más o menos furtivamente, más o menos ansiosa.
Pero la ciega debe tocar, para ver. Debe palpar la polla para reconstruir su imagen espacial en la cabeza, una imagen caliente, dura, hirsuta. Una imagen que le hace pensar en árboles.