martes, 28 de octubre de 2008

Lucidez, Contrición, Cocido.

Tengo un amigo chiquitito que se va a vivir a Perú, de misionero. No es especialmente religioso y sí bastante drogadicto, empero, tiene un enchufe en la orden de los jesuitas. El Obispo de Lima en persona ha firmado y lacrado un salvoconducto por el cual este mi amigo puede viajar sin dar explicaciones aduaneras de ningún tipo. Decía lo de chiquitito por longitud, que no por edad, pues sácame unos cuantos meses el interfecto. Se operó hace unos años de estatura, sometiéndose a un trauma curioso cuando menos y consistente en el serrado y posterior elongación de sus huesos fémures. Dicho alargamiento se conseguía merced a sendos artefactos mecánicos que hacían de puente entre los dos fragmentos de hueso demediado, de tal suerte que sus engranajes asomaban por encima de la carne. Estaba así dispuesto el mecanismo al efecto de poder manipular un eje dentado, lento gnomon que era girado a razón de un grado o dos cada día, ensanchando el puente y haciendo así tenaza inversa para separar milimétricamente los fragmentos de hueso, que así se veían obligados a estirarse para conseguir cicatrizar. Sé que para describir el funcionamiento de aqueste ingenio artefacto convendría ofrecer alguna imagen, pero sólo he encontrado documentos del tipo dantesco y horripilante que seguro atrae a esos lectores que preguntan ¿es normal lamerle el culo a un hombre? para llegar a esta miserable tronera desde la que arrojo mis heces y esputos contra una humanidad cetrina que agoniza a ritmo de “blues”.

El caso es que huye este amigo remendado de la urbe católica y asaz puta en la que ha vivido siempre. Emprende viaje de muy incierto resultado en pos de siniestros y depravados fines, de los cuales no puedo hablar. Hago aún así público el hecho para que conste y sirva de acicate o admonición, pues seguramente el grueso de los misioneros que esparcimos por el mundo son roñosa carne de presidio, pero lo digo también desde el cariño que me produce saber que los demás son como yo seres sumidos en una atroz desesperación y resaca, y nadie en realidad encuentra solidez o coherencia en fe alguna.

Pero quería hablar de la noche del sábado, en que para despedir a este individuo se juntaron varios que hacía mucho que no se juntaban. La noche exudaba un ambiente frankensteniano, la memoria se descubría tullida, incapaz de recomponer las esquirlas de una vida que al presentarse así, toda junta, se revela desatinada y chusca. Y pronto a beber, y a hacer el ridículo con ganas, con vicio y gran fruición. A consumir, a darlo todo, y a lo que fuera. Desperdigando torpemente los valiosos polvos, comprando más, mezclando cosas y sabores amargos, con más humo, y cada vez más borrachos.

El polvo pendiente de juventú, aún atractiva, rotunda en su físico y facciones de poblada ceja. Pero con un novio ridículo, también conocido de hace tiempo, y ahora metamorfoseado en réplica bisbal, la melena trufada de mechas, la barba recortada, pero el mismo gesto de roedor. Y ella allí, mirándome fúrcica, muy consciente de lo del polvo pendiente. Y otra y más gente, un gorila señalándome con el dedo y pasándose la mano por el cuello en homicida pose. Otro sitio, amaneciendo y esnifando espíz sobre la tapa de un cubo de basura, sacando dinero mugriento, perdiendo toda suerte de llaves y tarjetas.

La mañana siguiente el fraude se destapa, abro unos ojos de corcho picante y me descubro invadido por la desazón. Qué espejismo atroz, subrayado por varias sustancias tóxicas, sí, pero así y todo de naturaleza perversa. Un súbito relámpago de lucidez ha iluminado cuatro o cinco cimas de mi vida anterior, la única que tengo, y ha mostrado su decadencia inexorable. La certeza de la muerte, en cada pata de gallo, en cada ubre fofa y pellejuda, en cada retorcida cana y cada voz cazallera. Todo cae, vencido, yo mismo apenas puedo sostenerme en pie ni enfrentarme a la visión del escaso sentido que tiene esta vida disoluta y criminal, podrida de contrición.

Nada en cualquier caso que no se pueda arreglar con un humeante caldo garbancero, cocido en jugo de tocino, chorizo, morcilla, otra carne que no sé qué es y eso sí, el hueso de jamón, que hasta el tuétano le chupo a este cocido resacoso, cuya materia pedestre y soez me calma el espíritu, reconciliándome de nuevo con esta simplona naturaleza de bruto descerebrado de la que jamás debí renegar.

jueves, 23 de octubre de 2008

El hombre que sudaba gasolina

El otro día volví a la Facultad un sábado, a beber. Había cuatro antiguos conocidos de entonces con los que había quedado. Ese día, por cierto, había comido macarrones. El caso es que apenas empezaba a retrotraerme al estadío anterior al que estos nostálgicos conocidos habían corrido a refugiarse, espantados por lo inhumano y prosaico del mundo real, entonces digo la desazón vino a reconquistar lo que tan fugazmente se le había escapado, a saber, nuestros maltrechos espíritus.

Quiso la miserable penuria tomar forma de macarra triunvirato que se presentó intruso, a bordo de un estruendoso coche, haciendo gala de malos modos y basta personalidad al apearse del auto. Pidieron entonces papel, para fumar, se entiende, que aparte de ese uso los macarras de esta clase sólo le conocen el de rebañar esfínteres. Al rato estaban sacudiéndose de lo lindo y entre sí, por pasar el rato, incomodándome en extremo y, debo decirlo, infectando de terror mis putrefactas entrañas.

Por suerte se fueron y siguió la cháchara insulsa por la que estos conocidos escupían sus respectivos rencores, fermentados al paso de los meses y en el fértil, ubérrimo estiércol con que se engrasa esta Humana Máquina de la que somos tuerca, tornillo, biela todo lo más. Asqueado por los barrotes y pistones con que este leviatán le apresaba y sondaba, uno de los conocidos imploró volver a lúdicas actividades del pasado, como grabar un corto, uno de esos abortos narrativos, grotescos monstruos de frankenstein audiovisuales, aberrantes creaciones que si verdaderamente fueran hijos sufrirían indecibles tormentos y paraplejias.

Perplejias fue lo que sentimos cuando ya de noche y aún allí se acercó un todoterreno para aparcar junto a nosotros, sin apagar las luces. Cuatro individuos observaban desde el interior en tiniebla. Sus siluetas, inmóviles, sus rostros en sombra fijos en nosotros. Dieron las largas un par de veces, provocando risitas nerviosas entre las féminas que allí había, y un estado casi animal de alerta en mí.

Se fueron sin más, pero no sin dejarme sumido en la más profunda ira, pues si yo tuviera el derecho a tener y portar armas de fuego, aquellos siniestros merodeadores se hubieran llevado su merecida metralla.

Aproveché la primera ocasión para largarme de tan inseguro espacio, pero seguí dando vueltas a aquella propuesta del conocido, picado por la idea de repetir torpezas pasadas en el vano intento de contar una historia, audiovisual por añadidura. Si ya me cuesta expresarme con palabras y tartamudeo furiosamente al hablar en público, ceñirme a un estilo descriptivo y pedestre como el de un guión me resulta irritante, y de hecho los escasos intentos que he terminado son harto fétidos.

Soy asaz manirroto en el manejo de las estructuras narrativas, incluso de las más sencillas, y enseguida me disperso para acabar indignado y maldiciendo a dios. Me obceco con alguna palabra y la repito como un orate, y lo dejo ya del todo cuando caigo en la cuenta de que el susodicho verbo no se va a ver en la pantalla. Entonces busco inspiración en el plagio, y me veo algo como “El almuerzo desnudo” para acabar más confuso y espantado que antes si cabe.

Y ahora, me parece que la lavadora hace ruidos extraños, como de insecto. Por eso, y a falta de pestillo, calzo la puerta y me concentro en el teclado. Emprendo animoso el aporreo digital, pero no sale nada coherente y sujeto furioso el monitor por las solapas, lo abofeteo, no dudando en coaccionarle físicamente para que me de lo que quiero. En vano, la máquina sólo musita daisy mientras sus cristales rotos chisporrotean de dolor y mueren.

Desnudo, en el centro de un pentáculo, acariciando mi cráneo de ciervo, conjuro a las furcias inspiraciones. Y una de esas putas de Lucifer flota hasta mi oreja y susurra ahí un titular:



EL HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA



SECUENCIA 1
Mazmorra



El HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA está atado a una silla, una PROSTITUTA ASIÁTICA vestida de cuero, antifaz y gorra-visera de coronel nazi, le está lamiendo por todo el cuerpo. El hombre que sudaba gasolina suda.

Ella le azota lasciva. Coge uno de los cirios pascuales que iluminan la estancia y empieza a verter cera líquida sobre él. Luego con una boquilla le hurga los orificios nasales, ante lo cual él suda. Se enciende el cigarrillo que iba adherido a la boquilla y perversamente lo acerca a la cara del hombre, quien suda abundante gasolina.

Se prende en llamas todo su cuerpo, mientras con las piernas hace presa para que la prostituta asiática finalmente se abrase con él, tras mucho forcejear.

SECUENCIA 2
Sala de autopsias


EL FORENSE está diseccionando el cadáver carbonizado del hombre que sudaba gasolina. Junto a él, un POCERO vestido con un traje de plástico y máscara antigás observa.


FORENSE
Pero ¿Qué..?

Al abrir el cadáver ha descubierto que el hígado es biónico. El pocero le aparta del cadáver y le explica.


POCERO
Resulta que a este señor se le implantó en su momento un hígado
artificial capaz de sintetizar gasolina e inundar con ella el organismo todo. No
hará falta que abunde en las posibilidades que esto ofrece en cuanto al
abastecimiento energético del país. Es de vital importancia que usted muera por
haber sido testigo del hecho. No podría dejarle vivir ahora que sabe que hay
seis implantados más caminando y sudando tranquilamente por las calles. Es por
ello que procedo a golpearle con este pico que portaba al efecto. Cae usted
muerto, y no me sorprende porque he sido fiero en el ataque. Tras proferir una
siniestra carcajada, me voy.

SECUENCIA 3
Atasco

Otro HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA resopla ante el volante en el atasco veraniego. Va descamisado y suda. Su TELÉFONO MÓVIL, en el asiento del copiloto, se abre y despliega sus patas de robot artrópodo. Sin que el hombre se aperciba, el teléfono se acerca al pivote del mechero y lo aprieta, cargando todo su peso en él. El teléfono mira fijamente al hombre hasta que el pivote salta, entonces lo extrae con un brazo articulado y lo aplica al codo del hombre sudoroso, quien se queja molesto y luego prende.

No acierta a quitarse el cinturón de seguridad por mucho que lo intenta y pronto las llamas hacen pasto de su asiento también, poco a poco del coche todo. El resto de los vehículos no puede avanzar ni retroceder, de modo que van explotando en cadena.

SECUENCIA 4
Restos del atasco

El POCERO registra uno por uno los coches entre los restos aún humeantes. Por la matrícula encuentra el del otro HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA, y extrae el hígado biónico de sus churruscadas entrañas. Se aleja espantando a los buitres.

SECUENCIA 5
Chalé con piscina en el campo

a)Jardín/Día

Otro HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA está preparando el fuego de una barbacoa. Hay MUJERES EN BIKINI. Las vemos evolucionar, ducharse y jugar con una pelota a cámara lenta, cactus enhiestos de fondo en el jardín. El hombre sopla con fuerza para avivar las brasas, sin dejar nunca de sudar debido al gran calor y a las mujeres en bikini. Por ello al aspirar demasiado cerca de las brasas el fuego prende su cabeza, y respira llamas, pero tiene el buen juicio de correr a la piscina y arrojarse al agua.

Sintiéndose cerilla usada, pero vivo, el hombre es atendido por las mujeres en bikini.

b) Exterior del chalé/Día

El POCERO baja los prismáticos y maldice:

POCERO
¡Maldigo!

Baja de la furgoneta y de su parte de atrás saca un lanzallamas, con el que entra en el chalé.

c) Jardín/Día

El POCERO espanta a las MUJERES EN BIKINI con su lanzallamas y lo aplica entonces al cuerpo del otro HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA, quien chilla y se retuerce.

d) Jardín/Noche

El POCERO observa el cuerpo completamente calcinado, del cual extrae el hígado biónico, que debido a su naturaleza ignífuga, sobrevive intacto a la cremación.

SECUENCIA 6
Embajada

Otro HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA se está rociando con gasolina para quemarse a lo bonzo delante de la Embajada. Ceremonioso, enciende una cerilla y se la aplica para estallar en una enorme bola de fuego que hace palidecer el sol y cubre de hollín y bochorno la Embajada.

SECUENCIA 7 (SECUENCIA ELIMINADA)
Garita

El POCERO y el ABAD DE WESTMINSTER discuten dentro de la garita.


POCERO
Y con este van cuatro… Faltan tres, pero quiero la mitad del dinero
ya porque todo esto me está suponiendo muchos gastos. Si no te convence me pagas
los cuatro que te estoy dando, y nos olvidamos de los otros dos. Pero como la
fama de tu exquisito paladar te precede, ambos sabemos que no vas a decir que no
a semejante manjar. Así que cojo el dinero que me corresponde y me voy.

ABAD
Muy bien.



SECUENCIA 8
Salón

La luz de una pequeña y débil LINTERNA revolotea por un salón a oscuras. Arrastra una silla y se sube a ella, para alcanzar la bombilla que cuelga del techo. Con las tijeras del pescado corta el cable justo por encima del casquillo, separa sus dos hilos, los pela y apenas ha empezado a introducírselos a la nueva lámpara que se ha comprado, su MUJER abre la puerta y entra en el salón, apretando el interruptor. Se enciende una lámpara de pie que permite ver al HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA subido en una silla cambiando la lámpara del salón, si bien prendiendo en el empeño y de un chispazo brotado de los cables pelados.

SECUENCIA 9
Crematorio

El VERRUGOSO OPERARIO EN CAMISETA DE TIRANTES abre la escotilla inferior del horno y con un costroso rastrillo de metal barre las cenizas del último HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA para meterlas en la urna y enroscar la tapa.


VERRUGOSO OPERARIO EN CAMISETA DE TIRANTES
¡Ay!


Un ÁSPID le ha picado en el talón, por eso se le cae la urna y se quebranta esparciendo las cenizas sobre el mugriento piso del crematorio, donde el HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA siempre quiso acabar sus días.

También cae el operario, y con unos últimos espasmos muere. Luego aparece el POCERO con una cesta, donde coloca al áspid, acariciándole la cabeza con el dedo.

Abre el portón del horno, esperando encontrar el hígado incorrupto del HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA pero no encuentra más que óseo carbón sobre la reja parrilla.

SECUENCIA 10
Acantilado de cartón piedra

El HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA declama al tormentoso cielo, con sus bucles culebreando al viento.


HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA
¡Oh, mísero de mí!¡He fingido mi propia muerte en vano! Vivía convencido de que mi obra no se reconocería hasta que no hiciera óbito, y por ello he simulado en patética comedia mi deceso, para sólo descubrir que mi marchante se ha apropiado de mi obra inédita, y la hace pública, presentando como autor a su sobrino de ocho años. Infaustos hados se
ciernen sobre mi serena frente, pues no puedo desfacer aquéste engaño y todos mis amigos me dan por muerto. A la mierda, pues, horror mundano, necia oquedad, vida hedionda. No te padeceré más.



El HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA se arroja por el acantilado y explota contra las rocas en una bola de gasolina ardiendo, batida por las olas.

SECUENCIA 11


a) Cocina

El último HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA arruga el gesto y se lleva la mano a la tripa acusando ardor de estómago. Abre la alacena y saca sal de frutas.

b) Exterior

El POCERO baja los prismáticos y maldice.

c) Cocina

Suena el timbre y al abrir la puerta el hombre se encuentra a un INDIVIDUO SOSPECHOSO vestido de repartidor.


INDIVIDUO SOSPECHOSO
Vengo a traerle su comida.

HOMBRE QUE SUDABA
GASOLINA
¿Qué comida?

INDIVIDUO
La que usté ha pedido

HOMBRE
Yo no he pedido ninguna comida. Y tú ni siquiera llevas
comida encima.

INDIVIDUO
¿Por qué no va a comprobarlo?

HOMBRE
Pero ¿qué voy a tener que comprobar? No he pedido y punto.

INDIVIDUO
Insisto en que debería comprobarlo


El hombre resopla y va a por el teléfono al dormitorio, momento que el INDIVIDUO aprovecha para poner una microcámara en la salida de gases. A través de ella vemos la cocina entera, y al hombre volver con el teléfono en la mano, perdido en algún menú.

El INDIVIDUO ya se ha ido.


SECUENCIA 12
Cocina

El HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA lee el periódico en la mesa de la cocina. Entra un cóctel molotov, atravesando el cristal de la ventana. Cuando el hombre intenta apagarlo entra otro, y otro más, inflamando la cocina y parte del salón. Entonces intenta huir, pero la puerta ha sido atrancada. Debido al gran calor, suda. Esquivando las llamas alcanza la terraza y se arroja al vacío.

Comisaría

El monitor muestra la imagen que de la cocina ofrece la microcámara.


COMISARIO
(furioso)
¡Mierda! Si ese pocero no sale en la imagen no tenemos pruebas…

Abadía de Westminster

El ABAD DE WESTMINSTER come hígado biónico encebollado con ayuda de un mendrugo, quien le sostiene el tenedor, pincha un trozo y se lo lleva a la boca.


ABAD
(lascivo)
Mmmmmmm…


Un rótulo proclama la palabra “FIN” mientras oímos la lúgubre risa del POCERO.

Harto fétido. No digan que no les avisé.