sábado, 30 de octubre de 2010

El borracho de internet

Hay algo de inadaptado en este usuario de internet, no digo que todos sean así, al menos no lo digo aquí, en internet (en los bares sí, ahí despotrico a voz en grito, como esos maridos barrigones de voz aguardentosa que se emborrachan todos los días y berreando se refieren a su mujer como la parienta pero luego vuelven a casa y se acurrucan a su lado y la quieren mucho) . Este usuario sólo puede relacionarse con otros seres humanos a través de internet, por eso digo que tiene un punto de inadaptado, y a ésto se le suma otra mala costumbre: bebe en su casa, bebe solo. Bebe delante del ordenador. Si ya le costaba distinguir lo virtual de lo real, ahora le es imposible, abraza el estereotipo de indigente alcohólico, se aferra a ese papel, pero no lo desarrolla en la calle sino en las redes sociales. Su borrachera traspasa la pantalla y empapa lo virtual, aunque a decir verdad la mayor parte de las veces se pierde por el camino.

jueves, 30 de septiembre de 2010

La magia del cine porno

Que nadie se llame a engaño, todo está trucado: sólo se graba una embestida y luego en montaje se repite muchas veces. En cuanto a las corridas, el esperma humano normal no se ve en cámara, así que se utiliza una mezcla de leche espesada con maicena o levadura, mezcla que se introduce por la uretra del actor para que sea su eyaculación natural la que propulse el grumo. A veces (no siempre lo permite el ángulo de cámara) se utilizan dispositivos de eyección artificiales, en ese caso la polla se pone en primer plano para falsear su tamaño y a la vez ocultar el dispositivo:



La mayor parte de estos planos en los que no se ve la cara del hombre se graban utilizando un maniquí:


Y casi todas las mujeres que aparecen no son en realidad mujeres, sino recortes de revistas metidos en bolsas de plástico, apiladas y sujetas entre sí con un alambre.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Follar hacia atrás en el tiempo

Nuestro héroe fabrica un artefacto capaz de invertir el flujo temporal, su idea original es retroceder al pasado y operar allí con la ventaja que le otorga conocer el devenir de las cosas, pero una vez activa el ingenio descubre que la inversión temporal no se detiene. Viaja continuamente hacia atrás en el tiempo, a una velocidad veinte veces menor que la habitual. Todo el mundo parece ir hacia atrás, muy despacio, supone que para los demás él mismo parece también moverse y actuar a la inversa, pero en su caso los otros sólo pueden percibir una mancha fugaz y borrosa.

Comprende con gran desazón que está atrapado en este universo de tiempo invertido, y al principio lo lleva muy mal, siente un gran rencor hacia todas las demás personas que hacen vida al mismo ritmo y en el mismo sentido. Por eso roba, no hace falta decir que su velocidad relativa le hace muy fácil sustraer carteras o sin más coger el billete de entre los dedos de aquel que se dispone a pagar a cámara lenta invertida. Nótese que el principio de causalidad también funciona al revés, de modo que nuestro héroe jamás tiene que afrontar las consecuencias de sus actos: las reacciones de sus víctimas tienen lugar después del robo, pero este después es para él su pasado inmediato, un pasado alternativo que acaba de provocar. Al principio no se da cuenta, pero en su remontar el flujo cronológico está provocando un monumental deshilachado en el tejido espacio-temporal, que en cualquier caso nunca le afecta, ya que todas estas ramificaciones quedan siempre detrás de él.

Enseguida descubre que no necesita en absoluto el dinero, y que más le vale hacerse directamente con aquellos bienes materiales que desea. La mayor parte de ellos no funcionan como es debido, como descubre cuando se le ocurre robar cierto descapotable, y es que casi ningún artefacto mecánico es reversible en términos de causa-efecto, y cualquier intento de utilizarlo resulta un traqueteante pandemonio que las más de las veces hace saltar el mecanismo por los aires. Se acaba conformando con poder comer, y casi todos los alimentos le producen fuertes ardores de estómago, ya que al proceso digestivo ordinario hay que sumar la inversión temporal del bolo alimenticio, por la cual la materia ingerida queda sincronizada y puede ser finalmente asimilada por su organismo.

Tras estos primeros arrebatos de comportamiento anárquico y antisocial, la rabia deja paso a una honda desesperación al comprobar que efectivamente el tiempo natural transcurre veinte veces más despacio, de modo que para remontarse un solo día deben transcurrir casi tres de sus semanas. Para matar este tiempo se dedica a hacer cálculos, y concluye apesadumbrado que, considerando su esperanza de vida, no llegará a remontarse más allá de año y medio en el calendario, dos años tirando por lo alto.

Cae pesadamente en la cuenta de que el verdadero fin de su experimento había sido retornar al tiempo de su niñez, y desde allí recorrer de nuevo su vida con renovados ímpetus y haciendo toda clase de trampas. Confiesa por fin a grandes voces que lo que realmente pretendía era fornicar con todas y cada una de las hembras que alguna vez le habían atraído, y si bien su condición actual le permite aprovecharse de cualquiera, no alcanzará jamás ni las mujeres ni los escenarios de su juventud.

Se desfoga por tanto con desconocidas, y mientras las somete considera cómo puede ser para ellas la experiencia de ser poseídas a la inversa por una forma vagamente humana que las penetra durante poco más de medio minuto a una elevadísima ratio de embestidas por segundo. Como ya se ha explicado, no llega jamás a ver las consecuencias de estos sobrenaturales asaltos de colibrí furioso, porque cuando exhausto y desfogado abandona la escena del delito, la hembra en cuestión se encuentra en lo que para ella son los instantes previos al mismo, y camina despreocupadamente por la calle o permanece absorta en la lectura de su libro.

Perdido el norte, invertida la polaridad de su existencia, se entrega durante varios años a la satisfacción inmediata de sus deseos carnales. Cuando una mañana, tras una intensísima y ardua labor de investigación, logra dar por fin con una conocida a la que siempre había deseado en vano, la sigue muy lentamente mientras ella deshace el camino de ida al trabajo, se cuela en su portal y sube con ella las escaleras, disfrutando cada uno de los largos minutos que le lleva este proceso. La observa desvestirse y ponerse la toalla y entrar de espaldas en la ducha, y un buen rato después ponerse el pijama y caminar a la cocina, y allí recoger la mesa donde acaba de desayunar, y luego sentarse a la misma y regurgitar el contenido de un plato de cereales y leche, y entonces ya no puede contenerse más y la toma al asalto. Luego echa una pequeña siesta mientras ella prepara el café, y sus bostezos, su pelo desordenado y ese aire legañoso de recién levantada le encienden de nuevo las entrañas, y ya está otra vez erecto como un sátiro cuando ella se mete en la cama y golpea el despertador, dando comienzo a una secuencia de pitidos muy lentos, graves y sensuales. La toma de nuevo mientras duerme, y a cada embestida ella parece despertar sobresaltada y al mismo tiempo volverse a dormir, y disfruta de una forma inimaginable al follársela en este continuo y turbulento despertar.

Después, sintiéndose un poco culpable, considera el modo en que esta conocida puede haber quedado traumatizada. Debido a la rapidez de sus movimientos, es muy probable que, por intensa y significativa que haya sido la experiencia, ella no haya distinguido su rostro y jamás llegue a asociarle con el fenómeno. Pero esto también le pasaba cuando funcionaba al mismo ritmo que los demás.

En los años posteriores intenta redimirse. Escribe en notas de papel los resultados de la lotería, y los deja a la vista de alguna persona que le resulte simpática. Trata de entablar conversación, para lo cual practica durante mucho tiempo el habla a la inversa, pero es incapaz de superar la barrera que supone la diferencia de sentido en el flujo temporal. Cuando se encuentra con algún antiguo amigo se queda muy quieto para que su cara sea reconocible, e intenta devolverle el saludo, pero es inútil, ambos creen haber contestado al saludo del otro. La comunicación es imposible.

lunes, 23 de agosto de 2010

Dos sueños

Siempre que recuerdo mis sueños los escribo, aunque raras veces llego a publicarlos. A menudo contienen elementos que no significan nada para otras personas, o soy incapaz de transcribir exactamente lo que ha supuesto soñarlos. Estos dos los padecí la otra noche, el primero me hizo despertar, pero aún no había amanecido, así que me quedé dormido otra vez y tuve el segundo.

Primero, una entrevista de trabajo en la sede de aquel grupo mediático donde ya estuviera empleado un cierto tiempo. En el sueño es distinto, claro, es también un enorme edificio de oficinas, pero más amplio y luminoso, con multitud de rampas y escaleras que conectan las diferentes plantas entre sí. Llevo puesto mi traje, mi único traje, uno gris oscuro que en la vida real ha de servirme tanto para bodas como para entierros. La entrevista ha ido bien, parece que hay suerte, parece que me cogen, pero no me voy después, no sé por qué me quedo por allí. Es una mala idea porque al rato aparece la jefa, sé que es la jefa aunque sea una desconocida, y me comunica que no estoy cualificado para el puesto, me han investigado y han descubierto que no tengo titulación suficiente. Perplejo por este cambio de opinión intento rebatir su idea, aduzco mis años de experiencia en puestos parecidos, sostengo los papeles, hay siempre muchos papeles involucrados, pero por primera vez (o así me lo parece) me fijo en el puesto: celador a cargo de las sujeciones.

En el otro sueño estoy de juerga por la calle y me encuentro con uno de esos elementos que no pueden significar nada para otras personas pero que intentaré describir: está buenísima, sigue siendo esa morena delicada de piel blanca, pequeños ojos negros y boca carnosa, parece más joven incluso. Hay una química brutal mientras hablamos, apenas nos hemos visto se ha encendido un fuego en nuestro bajo vientre del que ambos somos del todo conscientes; sin embargo, tal vez para acrecentar y saborear ese incendio, mantenemos las formas. La charla es insulsa y directa al mismo tiempo, enseguida se ofrece a darme sus datos de contacto, y la frialdad de estas palabras no hace ninguna justicia a todo lo que late subterráneo, ambos sabemos que esos datos de contacto son el primer paso de un proceso que inexorablemente se consumará en forma de sexo salvaje y lleno de ladridos. Mira su móvil y yo apunto en el mío lo que me va diciendo, sus datos de contacto, secuencias de tres o cuatro letras sin ningún sentido: C M Q R. M F E.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Alarde estadístico

Así se denomina al resultado de multiplicar la probabilidad de que caiga una teja sobre la cabeza de un vecino por la de que caiga otra sobre el que viene a socorrerle, por la de que la ambulancia atropelle a alguien de camino al suceso, por la de que la pistola del policía que acude a la escena se le dispare en el cinturón, por la de que un vecino absorto en el espectáculo no vea desde la ventana a la que está asomado el camión que pasa tan cerca de la fachada que le cercena medio cuerpo, por la de que el conductor del camión, al sentir el golpe y ver todo eso esparciéndose sobre su parabrisas se haga un esguince al tratar de pisar el freno y ya no pueda hacer fuerza con ese pie y se abalance hacia el paso de cebra, por la de que el peatón que lo está cruzando reciba un mensaje en el móvil, en modo vibración, en el preciso momento en que ve venir al camión y la adrenalina ha empezado a fluir, y el zumbido del móvil en el bolsillo le coge tan alerta y desprevenido al mismo tiempo que le mete un susto de muerte, y pega un brinco y grita ¡AY! sin moverse del paso de cebra, absolutamente desorientado, y es atropellado sintiéndose tremendamente confuso y sin saber qué ponía en el mensaje; por la de que otro vecino asomado a la ventana grite ¡CUIDADO! cuando ve que otra teja va a caer sobre un policía y este grito asuste al cristalero que opera sobre él, haciéndole soltar el cristal nuevo e impoluto que decapita al que gritó ¡CUIDADO!, una maniobra dantesca que hace que el policía cuya cabeza estaba bajo la teja que está a punto de caer, en lugar de volver al coche patrulla como tenía pensado, quede paralizado e invocando a la virgen reciba el tejazo letal; por la de que el camión siga su curso desbocado y al ir a pasar bajo el arnés de un pintor en altura éste caiga bajo las ruedas, perdido el equilibrio por culpa del susto que le produce oír a un señor mayor que se deshace en alaridos de terror al ver el gesto de pánico de una embarazada, histérica a causa de los chillidos horrorizados de una anciana que volviendo de hacer la compra ha visto cómo el pintor en altura es despiadadamente atropellado por un camión que pasa como una exhalación y del pintor en altura sólo deja un trazo largo y rojo sobre el asfalto.

martes, 17 de agosto de 2010

Una tragedia romántica

Un noble señor surca los mares en un barco donde conserva el cadáver embalsamado de su enamorada. Navega a la espera de su propia muerte, pero una terrible tormenta parte el barco en dos, y el noble señor tiene que ver cómo el cuerpo de su amada se sumerge en las oscuras aguas y es plácidamente tragado por ellas. Esta tragedia no queda bien expresada en palabras, ni siquiera con millones de presupuesto podría representarse en forma de película; es necesaria una aguja fina y larga, muy retorcida, que debe ser clavada en el punto y ángulo precisos, sobre el área occipital, para penetrar el cerebro, atravesar el pecho y alcanzar los riñones, la glándula suprarrenal concretamente. Esta acupuntura narrativa consigue que, uno por uno, mis anfitriones asimilen plenamente la fábula y rompan desvalidos a llorar. La fiesta resulta un éxito y al volver a casa todos duermen como bebés.

viernes, 13 de agosto de 2010

El penal

Recordaré siempre el día que me ingresaron. Me habían puesto un mono naranja, esposas en las manos y los pies, unidas entre sí por una cadenita de plata mucho más resistente de lo que a simple vista pudiera parecer. Me hicieron caminar por un patio, del que entonces no pude ver nada porque llevaba varios meses sin ver la luz del sol y nada más salir del furgón miré hacia el cielo, sin querer, y estaba todo blanco y hecho de agujas y filamentos de luz que me abrasaron los ojos y creí me quedaría ciego para siempre.

Tardé un tiempo en aprender que allí nadie bebía agua, por las infecciones, que si tenías sed le pegabas un buche al botijo de licor de patata que cultivaban en la sala de calderas. Ya el primer día me obligaron a salir al patio, pero todavía era incapaz de ver lo que había a mi alrededor, así que me senté en una repisa y me palpé las manos con mucho cuidado, asegurándome de tener todos los dedos en su lugar. Seguían allí, seguía entero. Seguía siendo yo.

A mi lado, dos o tres reclusos estaban haciendo pesas o algo, se aconsejaban entre sí acerca del modo en que llevaban a cabo sus ejercicios, uno de ellos dijo que el otro tenía las costillas atascadas, y se puso a chuparlas, chupó cada una de sus costillas hueso por hueso, como en una barbacoa, desengrasándole para mayor alivio de este que se ejercitaba. Por el sonido de sus voces y sus movimientos pude deducir que eran tipos rocosos, de cabeza afeitada, tatuados, cubierta la piel con pedazos de azulejo, como un mosaico, y con escarabajos vivos engarzados en la carne, a modo de ornamento.

Cuando poco a poco fui recobrando la vista pude ver que sus artefactos gimnásticos eran obras de ingeniería rudimentarias pero ciertamente enrevesadas. En una de ellas un tipo tumbado boca arriba pedaleaba para accionar un serrucho que iba cortando tramos de un tronco, de forma que los tocones iban apilándose sobre sus manos, y así las flexiones que hacía con los brazos le costaban cada vez más. Otra máquina consistía en un juego de cadenas: con el brazo derecho se tiraba de un extremo que, poleas mediante, era tirado a su vez por un pedal que empujaba con la pierna izquierda en sentido contrario. Naturalmente, si se hacía bien, el cuerpo no se movía en absoluto, pero se ejercitaba intensamente.

En fin, toda clase de ingenios estúpidos. Había un montón de gente allí, y todos tenían este físico y actitud de buey de carga, a la larga no podían evitar medir sus fuerzas, embestirse y chocar las cornamentas en combates cuerpo a cuerpo. Ví muchas peleas brutales, peleas de sombras, sobre todo, en las que los dos púgiles mantenían una distancia de varios metros, siempre de manera que las sombras que proyectaban en el muro estuvieran cara a cara. Para que el combate fuera igualado, los púgiles eran de distinto tamaño, y el menor se situaba más cerca del foco. Estas peleas eran a muerte, y numerosas sombras fallecieron o entraron en coma, dejando a su dueño huérfano y traslúcido. Para que nadie hiciera trampas acercándose súbitamente al foco y aumentando así el tamaño de su sombra, los púgiles combatían sobre unas barras de equilibrio perpendiculares al haz de luz, y separadas entre sí cuanto fuera necesario para que ambas sombras fueran siempre del mismo tamaño.

Había trabajos forzados en el penal, a fin de mantener ocupados a los reclusos y evitar que pasaran el día matándose las sombras entre sí. Básicamente estos trabajos consistían en trasladar las diferentes alas del penal de un sitio a otro, ladrillo a ladrillo, de modo que la prisión iba cambiando de forma con el paso de los meses. Nunca crecía, no había más material de construcción que el que ya formaba parte del edificio, así que sólo se podía disponerlo de una forma distinta y cambiante.

La biblioteca, por ejemplo, donde me pusieron a trabajar mis primeros siete años, se ha llevado varias veces de la azotea al sótano, y se la ha hecho rotar alrededor del centro, siguiendo uno por uno todos los puntos cardinales. A su vez, todos los libros se ordenaban periódicamente por autor, título, fecha de publicación, género, o agrupándose las primeras páginas de cada libro en una estantería, en otra las segundas, etc. El caso es mantener siempre el movimiento, o mejor dicho, la permutación de los mismo elementos. Se supone que el alcaide sigue un plan, que utiliza la prisión entera para escribir una secuencia muy larga de caracteres, pero que se sepa este plan no ha dado nunca frutos.

También pasé una temporada en la cocina, donde se han aplicado principios parecidos. Se ha cocido una olla llena de perolas, platos, vasos y cubiertos, sobre una montaña de garbanzos ardiendo. Se han guisado sartenes y fabricado hornos rudimentarios en el interior de un cochino destripado. Se han fregado, aclarado y secado filetes para su posterior consumo. Se ha frito el excremento producido tras la ingesta de verduras crudas, para ser arrojado después al inodoro. Se han hecho guisos en retretes, vertiendo los ingredientes en la taza para después guardar en el congelador los excrementos resultantes de su ingesta. Se ha logrado rellenar verduras con pollos enteros, para Navidad se logró una vez freír setenta y dos huevos en un único huevo frito de setenta y dos yemas, también se han hecho sopas de un solo y larguísimo fideo, plagado de burbujas de caldo, y se ha conseguido dar de comer a todo el penal con un solo spaghetto de mil trescientos veintitrés metros de longitud. En fin, se han hecho muchas cosas.

Pero no todo es alegría en el penal. La falta de mujeres, pero sobre todo el aburrimiento, ha forzado a los hombres a llevar sus experimentos al extremo. Sí, se recurre a la homosexualidad. Y sí, los elementos situados en lo alto de la jerarquía abusan de cualquiera que les apetezca. Especialmente de los novatos.

La primera noche, por ejemplo, me llevaron ante un individuo bastante bien situado en el escalafón del penal, el cual pretendió obligarme a practicar la felación, junto con otros tres infelices también recién llegados. Habrían de ser cuatro los sometidos, ya que el abusador hacía tiempo que se había cortado el miembro en doble sección longitudinal, de modo que exhibía impúdico un otrora pene que ahora parecía más bien una estrella de mar de cuatro puntas. Como me contó detalladamente, había cauterizado los lados internos, y el esperma le brotaba directamente de la raíz, como una supuración, al no tener ya cañón alguno que le diera a su iaculatio dirección en la que proyectarse.

Pretendía este sujeto ser felado por cuatro individuos al mismo tiempo, y así hubiera sido, de no haber hecho yo farragoso nudo con estos cuatro extremos. Así fue como me gané el odio mortal de este individuo y su pequeña claque, a la vez que el respeto de los demás reclusos.

Durante los primeros cinco años esta banda anduvo jodiéndome en mayor o menor grado, pero logré deshacerme de ellos con el tiempo, y ahora nadie me molesta demasiado. No recuerdo muy bien cuánta condena me queda, y lo cierto es que, aunque me repugne confesarlo, ya me he acostumbrado a esta mierda, y me molestaría mucho tener que irme de aquí, tener que salir a la calle y buscar trabajo y todo eso.

jueves, 5 de agosto de 2010

Fábula.

Wilson Reynaldo Pacheco se miró en el espejo y se dio lástima, es por ello que apartó pronto la vista y procedió a extraer el cepillo y la pasta de dientes de la pequeña bolsa de aseo que cotidianamente llevaba al trabajo. Con la uña raspó un pequeño resto de pasta reseca que se había acumulado en el mango del cepillo, porque Wilson Reynaldo Pacheco no soportaba las manchas que dejaba la pasta de dientes. Siendo un emplasto de propósito higiénico, le resultaba harto irritante encontrar que, tras haberse lavado y enjuagado la boca, al evaporarse el agua revelábanse como por ensalmo unas costras blancas en las comisuras de los labios.

Tras haberse esmerado en su limpieza bucal, procedió a enjuagar el cepillo, cerciorándose de dejarlo libre de cualquier resto calcáreo. Sin embargo cuando fue a echar mano del líquido de hacer gargarismos, encontró la botella vacía. Maldiciendo, salió del cuarto de baño, pasó por delante de la máquina de café, bajó las escaleras y entró en el Departamento donde López hacía pajaritas de papel.

-¡López! ¿Has vuelto a beberte mi elixir para hacer gargarismos?

López se extrajo una mucosidad de la fosa nasal derecha, amasóla en forma de pelotilla e hizo de su anular certera catapulta con la que atacó a Wilson Reynaldo Pacheco.

-¡Sí! – le espetó - ¡Me he bebido tu elixir de gargarismos, y también el linimento para la tos y el alcohol que desperdicias dándote friegas! ¡Mamarracho!

Lívido de rabia, Wilson Pacheco sólo supo dar media vuelta y volver al cuarto de baño.

-Nadie me respeta… Yo ni siquiera debería estar aquí… No me merezco este destino, no me merezco estar a las órdenes de López… Pero hacen lo que quieren de mí, me envían a los agujeros más sucios, a hacer las tareas que nadie quiere, todo y sólo porque soy un dinosaurio.

Daba vueltas tembloroso, retorciéndose los dedos, mesándose el rostro, y en uno de estos sobamientos cayó en la cuenta de que las manos le olían raro. Era un olor fuerte, pero irreconocible a la vez que familiar.

Siendo como era de natural pulcro, que siempre lavábase hasta dejar en carne viva, expuesta indefensa la epidermis al ataque de agentes patógenos, virus, bacterias, ácaros y alergias; procedió a lavarse obseso las manos. No hubo empero manera de quitar aquel olor, siquiera de camuflarlo.

Detúvose a pensar Wilson Reynaldo Pacheco cuál podría haber sido la causa de aquel intenso aroma, que a ratos recordábale al olor a cuero y betún de unos zapatos, a ratos a amoniaco, a ratos a las manos callosas y sudadas de su anciano padre, y a ratos a ajo.

Ajo, repitió, creyendo haber encontrado un cabo que atar. Si acaso hubiere cocinado, sería natural que en el proceso culinario hubiese manipulado alimentos y substancias de fuerte olor, que habría quedado impregnado así en sus manos. Cayó pronto en la cuenta de que tal no era posible, puesto que hacía ya semanas, si no meses, que no comía más que los pálidos y tumefactos sandwiches envasados que expendía la máquina del pasillo. Y tenía por norma no cenar y desoír así cada noche los rugidos que emitían sus tripas, convencido de que esta espartana costumbre era harto beneficiosa y espiritualmente edificante.
Fragmento de una novelucha que escribí hace tiempo en un cuaderno de piel que me regalaron. No hay ninguna trama, este dinosaurio por ejemplo deja de ser mencionado enseguida, el único método que seguí fue escribir un capítulo del tirón cada vez que llegaba a casa borracho, saliera lo que saliera. No sé si leerlo tiene mucha gracia pero escribirlo sí fue divertido, además que el cuaderno era todo de piel gorda y blanda, y había que escribir con un punzón, y dedales en todos los dedos porque como ya digo iba borracho y se me iba la mano muchas veces.

viernes, 30 de julio de 2010

Lengua fósil



Cuando se sorprende, cuando se asusta, exclama en latín el nombre de aquello que le ha cogido por sorpresa. No habla el idioma, ni siquiera comprende qué es lo que dice cuando grita, se trata de un latín residual que permanece grabado en el sistema nervioso reflejo durante generaciones, y tarda varios milenios en desaparecer.

También se han registrado casos de meretrices que aúllan en sánscrito cuando alcanzan el orgasmo.

jueves, 29 de julio de 2010

Carta a un benefactor

Estimado Barón Von Studebacker,

Me pongo en contacto con usted para comunicarle una información de extrema gravedad, y para excusarme al mismo tiempo. En las condiciones en las que me encuentro no me es posible acudir al inminente simposio que usted, tan amablemente, me había ofrecido presentar. Temo que tendrá que buscarse a otro para el discurso inaugural, y bien puede entregarle a este substituto los galardones que me había prometido, incluida la dotación económica correspondiente (la cual me pareció paupérrima desde un principio, debo decir).

No crea que no agradezco el reconocimiento que su sociedad me ha profesado desde hace décadas. Soy consciente de que sin el respaldo de su organización mis teorías no habrían sido aceptadas por la comunidad psiquiátrica con tanta rapidez. Desde muy joven me interesé por los entresijos de la mente humana, y quizá sin su ayuda hace mucho que habría desistido de mis intentos, en lugar de consagrar toda mi vida a la penosa aunque sublime tarea que supone teorizar acerca de los insondables misterios de la existencia.

Como usted bien sabe he atendido a centenares de pacientes a lo largo de mi carrera. Sin embargo, el núcleo de mis teorías se ha basado siempre en un grupo relativamente reducido de no más de treinta individuos, algunos de ellos aparentemente sanos, otros aquejados de terribles y asombrosas dolencias mentales. El germen de dicho grupo de estudio, como recordará, procede de mis primeros trabajos en la residencia Glöppeblotz, donde recluté a una docena de pacientes a los que he seguido estudiando durante años, y a los que a lo largo del tiempo he añadido cuantos casos me han parecido interesantes.

Pues bien, recientemente he descubierto que ninguno de ellos padece realmente los problemas que dice tener. Están todos confabulados con el solo fin de hacerme elaborar absurdas teorías e hipótesis, y se juntan todos para reírse de mis elucubraciones y planear el siguiente disparate. Empecé a sospechar una tarde en mi consulta, cuando desde mi despacho oí hablar entre susurros a dos pacientes que aguardaban turno en la sala de espera. Apliqué el oído a la puerta, pues sus risitas me sorprendieron sobremanera, y dado que en un principio quise darles el beneficio de la duda, en sus respectivas sesiones indagué con mi sutileza e ingenio habituales, tratando de averiguar si se conocían y tal vez mantenían una amistosa relación. Sus reacciones me parecieron en extremo sospechosas, así que decidí seguirles, y con indecible asombro descubrí que efectivamente se reunían con el resto de componentes de mi grupo de estudio en un semisótano pobremente iluminado.

Allí pude ver cómo estos dos pacientes daban cuenta del contenido de sus sesiones, para el general regocijo. A continuación uno de mis pacientes más antiguos les propuso un par de sueños absurdos y traumas de la infancia, que habrían de ser material para futuras sesiones. La reunión concluyó con la lectura de mi último artículo "Delirio especular, una aproximación heurística", que les hizo llorar de la risa. Entrechocando sus jarras de cerveza, ovacionaron al individuo que deliberadamente me había inspirado dicho trabajo sin yo saber que todo aquello no era más que una farsa miserable.

Ya en mi gabinete deduje que todo debía ser obra del primer núcleo de pacientes, aquellos a los que traté en la residencia Glöppeblotz. Sin duda habían ideado la broma durante aquel primer retiro, y la habían mantenido a lo largo de los años, asegurándose de incluir en la pantomima a todos aquellos pacientes que yo iba sumando al grupo.

Creo que es usted muy capaz de imaginarse el pavor que me invadió cuando recordé que mi joven esposa fue a la sazón y en su momento mi paciente, parte también de este grupo de estudio. Dado que nunca me ha dado a entender que estaba siendo engañado, sólo puedo colegir que ella misma forma parte de esta sórdida estafa.

He repasado mis primeros trabajos, comprobando con estupor que absolutamente todos están basados en sucesos, conductas y sueños fingidos por estos individuos. Debe usted saber que todos y cada uno de mis siete tomos, cuatro ensayos y centenares de artículos, que a su vez han inspirado el trabajo de miles de psiquiatras en todo el mundo, se basan en la broma de la que he sido objeto.

He mandado a mi joven esposa a nuestra residencia de verano, so pretexto de preservar su piel de posibles ajamientos provocados por el aire seco del otoño vienés. He arrancado todo el papel de pared de mi gabinete, en busca de orificios por los que pudiera estar siendo espiado, he repasado los planos de mi caserón y he comprobado si realmente se ajustan a la distribución de mis corredores y estancias, temeroso de que hubiera alguna habitación secreta. Me he afeitado el cabello y rehúso lavarme. Estoy agotando a marchas forzadas mis reservas de cocaína inyectable para mantenerme despierto, pues sospecho que esta banda de tahúres se dispone a aprovechar la guardia baja del sueño para robarme los pensamientos y servirse de los mismos en su mascarada. Cuando me abandonan las fuerzas y me sumerjo en las algodonosas brumas de la duermevela, puedo notar claramente una mano etérea, como de gasa, que se introduce por mi nuca y hurga el interior de mi cabeza con sus espectrales y gélidos dedos.

Como comprenderá, en semejantes circunstancias me es imposible ejercer el eminente papel que usted espera de mí. Me dispongo a abandonar mi caserón familiar, y le ruego comprenda que no puedo darle más detalles acerca de mi destino. Respecto a usted, mi querido Udo, creo recordar que su familia posee tierras y plantaciones en Luisiana, de modo que por favor acepte este postrero y fraternal consejo, y esfúmese sin dejar rastro.

Despecho


"Presa del despecho, decidió que nunca más"

lunes, 26 de julio de 2010

Pájaros de coche

De un día para otro los pájaros descubren que pueden planear sin esfuerzo sobre la corriente ascendente que se forma en el parabrisas de un coche en movimento.
Esto les supone tal ahorro energético (sólo planean, no tienen que aletear) que enseguida y en masa adoptan el hábito, y ya no lo abandonan. Los conductores aceptan el hecho, le dan valor al ave de su coche, se establece una especie de relación totémica. La gente se vuelve muy susceptible al hecho de que se moleste o dañe al pájaro, continuamente presumen de la majestuosidad del mismo y menosprecian los de los demás. Empiezan a publicarse manuales de ornitología claramente sesgados, y se venden muy bien. Cada cual tiene en la estantería de su salón el libro que ensalza las virtudes de su pájaro en concreto, los cínicos siempre están haciendo chistes al respecto, pero a continuación son capaces de enumerar las ventajas de conducir con una garza coronada planeando sobre el capó.

El hecho de que sean los pájaros quienes elijan el coche al que se vincularán de por vida, y que esta elección no parezca obedecer a ningún motivo, y que las aves no puedan robarse o comprarse aunque sus dueños se pongan de acuerdo; todo esto hace que la mayoría de la gente se sienta muy desgraciada.

Sólo hay caja

Hay una imagen que suele utilizarse para ejemplificar algo que en realidad no entiendo, se trata de un gato encerrado en de una caja, junto a comida envenenada, seguro que conocéis el ejemplo
(le habla al aire)
y sabéis lo que dice: no hay modo de saber si el gato vive o no hasta que se abre la caja. Pienso mucho en este ejemplo cuando aún no sé qué números han salido en la lotería pero hace mucho que ha sido el sorteo. Acabo llegando a la conclusión de que en realidad uno es el gato, no el observador. Quisiéramos ser el observador, conocer las cosas desde fuera, pero esto es un contrasentido, no se puede ser fuera, sólo hay caja y pedazos de comida envenenada.


A la larga ambos estados confluyen, el gato acaba siendo un montón de huesos
haga lo que haga. Toda resistencia es inútil.


Debo insistir: sólo hay caja. Nadie observa fuera. No hay un “fuera”, nadie abre la caja y comprueba el estado del gato, la caja no puede abrirse. Debo insistir.

Cornucopia muda

Se trata de un cuerno de caza con la clásica estructura externa en espiral, cuyo interior está dividido en cámaras y alvéolos distribuidos de tal manera que permiten el flujo de aire a través del cuerno, pero neutralizan o absorben cualquier vibración acústica que viaje por él.

A grandes rasgos, el interior de la cornucopia produce un eco que resulta ser la inversión exacta de la forma de onda original, de manera que a la salida no se oye nada.


Aunque esto no quiere decir que sólo haya silencio. El aire está sometido a una gran tensión, a dos vibraciones de igual valor pero sentido opuesto, que se empujan la una a la otra compensándose sin producir movimiento, ni por tanto ruido.

Cuando uno sopla por el cuerno puede notar claramente la fuerza que hace, la vibración de los labios en la embocadura es muy parecida al modo en que se toca una trompeta, de hecho la cosa requiere cierta pericia y una gran capacidad pulmonar.

En realidad el sonido tarda una fracción de segundo en enmudecerse, hasta que el flujo de aire no llena todos los recovecos y rebota como es debido, no se produce el silencio tenso que buscamos.

Si bien no hay vibración acústica perceptible, si colocamos la palma de la mano a la salida de la cornucopia podemos notar una cierta presión irregular y aleatoria, una textura granulada y cambiante, el equivalente táctil a la nieve del televisor.

Los intérpretes más experimentados son capaces de producir frecuencias, o mejor dicho, presiones en el aire que funcionan a modo de criba, comprimiendo las impurezas que hay en el ambiente hasta que se aglomeran y alcanzan un tamaño y masa críticos, momento en el que precipitan en forma de minúsculos granos de algo que parece polvo o arenilla, y que está compuesto de partículas contaminantes, minerales varios, plástico, restos de miriápodos y, en su mayor parte, escamas de piel humana.

viernes, 23 de julio de 2010

Mañana de domingo

Estoy tumbado en el sofá a las nueve de la mañana, el único momento en que hay luz solar pero no hace demasiado calor. Casi desnudo y del todo absorto, mirando a través de la ventana, desde este ángulo sólo se ve cielo, nada de tejados ni azoteas, y en este cielo una multitud de pájaros que revolotea sobre las casas. Es un espectáculo hipnótico, no se puede seguir con la vista a ningún pájaro concreto porque enseguida vuela más allá del marco de la ventana, así que intento atrapar la visión general, seguir a todos a la vez, hacerme idea de las trayectorias que describen y cómo éstas se cruzan unas con otras, y en este inútil intento quedo atrapado yo mismo.

Empiezo a masturbarme, aún absorto en la ventana. Pienso primero en T…. o I….., no estoy seguro, lo cierto es que el tipo fisonómico es parecido. Me imagino llamando a T….., es uno de esos números que guardo por si acaso pero rara vez me animo a marcar (dijo que vivía cerca, con su primo, no sé qué significará eso), nos imagino fornicando, también a I……, a la cual permito en mi ensoñación llevar a cabo su deseo
frustrado de chupármela hasta el final (yo me esfumé enseguida y le quedó la espina clavada de no haberme devuelto el gesto, resultaba importante para ella, por razones de simetría, lo cierto es que de haberle aceptado la mamada completa no habría podido evitar cogerle cariño).

Los pájaros siguen revoloteando, cada vez más alto, ahora parecen insectos, una gran bandada de insectos, tienen de hecho el mismo tamaño (relativo) que las moscas que se asoman a mi ventana, buscando tal vez refugio. Se confunden, moscas y pájaros, y
ambos con el ruido de cánticos dominicales que viene de la iglesia.

Sigo masturbándome, pensar en I…… me ha hecho recordar la palabra "asertividad” (tal vez ahora os hagáis una idea de por qué me esfumé) y he recordado oírla hace poco por la radio, y de pronto me he visto despotricando contra su uso (no he dejado de masturbarme en ningún momento). A veces me pasa, mi pensamiento diverge, y al tiempo que despotrico, otro caudal neuronal fluye por lo de “coger cariño”, que tan insultante suena en según qué contextos, y que me lleva a A…… y a M……., a la cual me imagino violando.

Un avión, blanco y radiante, cruza el cielo, creo que de norte a sur. Está tan lejos que tiene el mismo tamaño que los pájaros y que los insectos que se asoman a mi ventana. Se oye, con el debido retraso, el vago y sordo rugido de sus motores.

La fantasía de la violación parece concretarse y absorber cada vez más mi capacidad de imaginación, a la par que aumentando la frecuencia e intensidad con que me sacudo el miembro. Siempre había fantaseado con violar a M….., pero nunca con esta verosimilitud, nunca consiguiendo el efecto adecuado, que consiste básicamente en neutralizar su arrogancia, atraparla, no dejarle escapatoria alguna y saborear su certeza de estar atrapada y al servicio de mi pura e inmediata satisfacción predadora. La cosa requiere un gran esfuerzo de imaginación porque nada de esto trata de rememorar su hermosa aunque gélida anatomía; es su carácter desagradable, prepotente y despectivo lo que hay que recrear en la memoria, al tiempo que se pergeña una situación en la que ella pierda todo eso de golpe, que la humille y degrade sin dejarle opción de ser aún más antipática y estridente (la que sería su reacción natural, del todo inadecuada para la masturbación, del todo disuasoria). Como digo, el mayor esfuerzo consiste en mantener nítido y coherente, vivo, el personaje de M…... Imaginar un brillo de terror en sus ojos que nunca llegué a ver en la realidad, y lograr que siga pareciendo ella. Creo que es la primera vez que lo consigo.

Después de correrme permanezco aún unos segundos en el sofá, la cabeza vuelta hacia la ventana, la mano y mi capullo relucientes de líquido y grumos blancos. Algunos pájaros pasan ahora bastante cerca de la ventana, incluso llega a oírse un rápido zumbido, algunos vuelan solos, despacio, otros se persiguen entre sí. La luz del sol (que no veo directamente) debe caer sobre sus alas en el ángulo preciso, porque éstas traslucen algo de claridad ocre, deben de ser las plumas, pero algo en ese color, algo en la forma en que agitan las alas, me hace pensar que son murciélagos.


(Primer capítulo de una novela de 800 páginas acerca de un tipo que, a raíz de un accidente cerebrovascular, pierde la capacidad de predecir el futuro. Pasa el resto de su vida masturbándose en las diferentes habitaciones de su casa, al tiempo que mentalmente lleva a cabo una distraída recapitulación de toda su vida, no tanto por nostalgia como precisamente por su incapacidad para concebir siquiera el futuro más inmediato.

Si interesa publicaré las 798 páginas restantes.)

martes, 20 de julio de 2010

Acostarse con una ciega

Con una de esas personas que deben manosearte para hacerse una idea de cómo eres; primero (y es de esperar que vestido) te manosean la cara y tal vez dicen que eres guapo (hasta entonces se han sentido atraídas por otra cosa, una voz bonita o un carácter determinado, parece loable comparado con las miradas lascivas y carnívoras de los videntes).

Una vez claras las cosas, en el dormitorio quiero decir, la exploración del cuerpo es igualmente pausada y metódica, parece ser uno saboreado con mucho más criterio que de un simple vistazo. Saboreado y descubierto a la vez; por no hablar de los genitales, uno se los saca, la polla tiesa, bamboleante y hambrienta como un sabueso (ciega, también, a su manera). Siempre es agradable ese momento en que uno se saca la polla y ella la mira, más o menos furtivamente, más o menos ansiosa.

Pero la ciega debe tocar, para ver. Debe palpar la polla para reconstruir su imagen espacial en la cabeza, una imagen caliente, dura, hirsuta. Una imagen que le hace pensar en árboles.

miércoles, 14 de julio de 2010

La chuleta

Intenté convencerle de que no lo hiciera, traté de advertirle, enumeré una y mil veces las posibles consecuencias. Yo nunca he copiado ¡jamás en la vida, lo juro! aunque sí he robado cosas a mis compañeros, a veces hurgo en sus mochilas, pero siempre estando bien seguro de que nadie mira.

Intenté convencerle, pero no hizo caso. En lugar de estudiar pasó las dos semanas previas al examen tallándose las respuestas en los huesos cúbito y radio de su brazo izquierdo, lo hacía con el cúter de manualidades, uno muy fino y endeble que se le estaba rompiendo todo el rato, y se limpiaba las astillas de hueso soplando, y también hacía montoncitos con ellas, como con las virutas del sacapuntas.

Operaba a través de la piel, la tenía abierta por dos finos cortes paralelos que iban del codo a la muñeca, y sólo los abría entre clase y clase, entonces se dedicaba a tallar, muy concentrado, hasta que llegaba el profesor y tenía que parar y hacer como que atendía.

En el examen le pillaron enseguida.

miércoles, 30 de junio de 2010

La voz

La primera vez que oye esa voz en su cabeza la toma por una interferencia, un cruce de líneas, por eso se golpea el cráneo con la palma de la mano, ese gesto que se hace al salir de la piscina para sacar el agua que ha quedado apresada en el oído interno. Y la cosa funciona, pero sólo por un tiempo, poco a poco se hacen más frecuentes las palabras sueltas e incoherentes que esta vocecita pronuncia desde el centro exacto de su cabeza, desde algún lugar entre los dos hemisferios cerebrales, con un perfecto sonido estereofónico carente de cualquier clase de ruido o reverberación ambiental.

Con el paso de los días estas palabras sueltas van hilando frases, discursos, monólogos inacabables que le distraen de cualquier actividad que intente realizar. Acaba por asumir que tiene un problema mental de cierta gravedad y decide visitar al psiquiatra; no es algo que a uno le guste admitir, de hecho en un principio se niega a sí mismo la existencia de dicha voz, se convence de que no es más que una alucinación, pero la voz sube de tono cada día más, se pone firme, exigente, y aunque no llega a gritar o perder las formas, llega un punto en que le es imposible ignorar la evidencia.

El psiquiatra le atiende con esa dejadez e indiferencia que a veces demuestran los médicos, asiente con leves gemidos y la mirada perdida, sin dejar de mordisquear el extremo de su bolígrafo. Le prescribe una medicación, pero el sujeto de esta historia decide no tomarla porque lo cierto es que la voz da muy buenos consejos, muy sensatos.

Dice llamarse Gibbs, y efectivamente habla con el lenguaje pomposo y afectado de un mayordomo, le trata siempre de usted y da muchos rodeos cada vez que quiere sugerir alguna cosa. Domina perfectamente el inglés, el francés y el alemán, y tan pronto aconseja sobre cuestiones de etiqueta o protocolo como hace las veces de Cyrano, sugiriendo hermosos versos con los que regalar la oreja de la golfa de turno.

lunes, 17 de mayo de 2010

Concurso de Talentos

Se me pregunta en los comentarios por qué ahora dibujo, y es cierto, ahora dibujo, pero podría ser peor, podría robar. Lo cierto es que siempre he hecho cosas, y no todas han sido inteligibles. La naturaleza de estas cosas varía siguiendo unos ciclos cuyo funcionamiento no acabo de comprender. Sólo sé que escribir es lo más cómodo de todo: basta con mencionar aquello que se quiere representar. Dibujar lleva un poco más de esfuerzo, pero así y todo hay otra actividad que resulta aún menos rentable en términos expresivos, una actividad que sólo puedo definir como psicofonías captadas con un rudimentario esténope fabricado a partir de una caja de cerillas vacía .

Presencien horrorizados el fruto de esta actividad:

jueves, 6 de mayo de 2010

Un mal golpe

La clase de golpe que se da un peatón desavisado, sea porque va pensando en sus cosas o porque tiene el sol de la tarde de cara y le deslumbra, y de hecho disfruta siendo cegado mientras pasea apaciblemente por la acera. Hay muchos establecimientos a pie de calle, sus escaparates y muestrarios alegran la vista de nuestro paseante amigo, le hacen bajar la guardia y no advertir que en el toldo a medio arriar del que le separan apenas dos pasos hay un tubo de metal contenido en la tela, a fin de hacer peso y mantener el toldo en una verticalidad estricta.


Es así que nuestro peatón expone su cráneo, creyendo que sólo va a sentir la caricia de la tela en su serena y despejada frente, pero es toda una sección cilíndrica de su cerebro la que queda en el tubo:
Luego hay que sacar esta sección cilíndrica de cerebro soplando por el otro extremo, labor que llevan a cabo dos esforzados operarios, mientras uno sopla intensamente, su camarada recoge la masa encefálica que va asomando con la ayuda de un vaso de tubo. Descubren que cabe justo.
El afectado se salva y consigue hacer vida normal gracias a un cilindro de madera que obstruye y ocupa el profundo agujero de su cráneo. El fragmento de cerebro extirpado se conserva durante años en su vaso de tubo, hasta que el afectado logra ahorrar lo suficiente como para pagarse la operación de reimplante. Para entonces sendas superficies cerebrales ya han cicatrizado, de modo que no cabe esperar que la sección cilíndrica reimplantada arraigue en el hueco de su cerebro original; sin embargo, ambas partes aún pueden comunicarse entre sí por impulsos eléctricos neuronales, capaces de saltar el fino hiato que existe entre las superficies cerebrales en contacto.

El afectado sufre una pequeña crisis existencial al verse invadido, años después, por esa porción de cerebro y los recuerdos, ideas y emociones contenidos en ella, correspondientes al instante anterior al golpe. El subsiguiente flujo dialéctico entre ambas partes de su cerebro, comparable a existir en dos lugares o instantes a la vez, le da una perspectiva de la que ningún otro ser humano es capaz.


Cuando accidentalmente descubre que el cilindro cerebral puede girar libremente en el hueco, se hace implantar una pequeña manivela graduada, a fin de controlar dichos giros. La reestructuración espacial de la sección cilíndrica del cerebro supone multiplicar por mil varias veces las conexiones neuronales posibles, y por tanto la capacidad intelectiva y de asociación. Con el tiempo descubre la relación óptima entre el giro realizado y el periodo necesario para que el cerebro se adapte y aproveche su nueva disposición interna: trece grados levógiros cada cinco semanas.
Tiene la frente y la cara llenas de cálculos invertidos
que él mismo se ha escrito, frente al espejo

En la actualidad regenta un bingo y se sirve de los resultados aleatorios que aparecen en el juego para elaborar una teoría unificada. Ya ha demostrado que la fuerza de gravedad es una ilusión perceptiva producida por el sentido del olfato y que el universo se expande y contrae siguiendo las mismas leyes que el escroto humano.

sábado, 24 de abril de 2010

Ojo clínico

Un nuevo avance, una punta de jeringuilla en la pupila, con la aguja apuntando en la dirección de la mirada. Al clavarse inocula el humor vítreo, esa viscosidad transparente que hay dentro del globo ocular y que, como todo el mundo sabe, es lo que realmente percibe las imágenes (el cristalino, la retina y todo eso no son más que meros transmisores, lo que realmente capta y contiene la imagen es esa mucosidad traslúcida).

El humor vítreo puede moverse dentro del cuerpo del paciente con facilidad, siendo menos invasivo que la habitual microcámara con cable. También podría entrar en un agujero en la pared, pero un entorno sucio e inorgánico podría dañarlo.



Al final ha habido suerte, el bulto en la nuca que tanto preocupaba a la paciente no es más que un nódulo de plumón, basta realizar un pequeño corte en la piel y hurgar con una aguja esterilizada para vaciarlo.

viernes, 23 de abril de 2010

La crónica

La de aquel famoso grupo de música pop española que durante el franquismo alcanzó una fama moderada y finalmente cayó en el olvido y la desgracia al conocerse que su carismático cantante, ídolo de jovencitas, no era más que una voz grabada, una musicasette dotada de inteligencia y capaz de modular las partículas ferromagnéticas de su emulsión, esto es, capaz de formular información de audio.

Es cierto que la musicasette no podía, por sí misma, introducirse en un aparato reproductor, y aun de lograrlo no hubiera tenido modo de pulsar el botón de play, pero una vez en marcha era capaz de cantar, no sin cierto talento, amén de conversar y expresar sus retorcidos y maquiavélicos deseos. Después del desastre se supo, por ejemplo, que había ordenado dedicar parte de la fortuna del grupo a la construcción de un vehículo en el que poder insertarse y operar con cierta autonomía, vehículo formado por un núcleo derivado de un aparato de música con grandes altavoces a los lados y potentes emisores de ultrasonidos capaces de aturdir y eventualmente someter a cualquier organismo sensible al sonido dentro de su radio de acción. Dicho núcleo estaría integrado en una estructura semoviente formada por huesos, estructura que nunca llegó a diseñarse ya que el proceso se detuvo como digo después del desastre, cuando aún se estaba explorando toda la variedad de combinaciones que permiten las piezas del esqueleto humano.

En realidad lo de fundar el grupo había sido idea suya, y una idea bastante buena, como enseguida se demostró. La cinta era capaz de cantar en varios idiomas, e imitaba perfectamente los modismos de la época, de manera que en seguida una legión de núbiles seguidoras vestidas con rebecas azul celeste coaguló en torno a este fenómeno musical. Evidentemente uno de los componentes humanos del grupo, el más apuesto de los cuatro muchachos que se reunieron aquella tarde de otoño en el sótano del chalé de sus padres, aquella tarde de otoño en la que encontraron un viejo transistor con una sorprendente cinta de musicasette dentro; uno de los muchachos digo, el más apuesto, hacía las veces de cantante, y nadie sabía que el talento estaba realmente en otra parte.

Por eso la legión de núbiles seguidoras se sintió enormemente defraudada cuando finalmente se supo lo de la cinta. Bromas aparte, aquel último concierto fue lo más parecido al infierno que he visto nunca, no sé ni cómo salí con vida. Eran otros tiempos, desde luego.

viernes, 9 de abril de 2010

Bolsas de plástico al sol

Un par de muchachos prueba una variación de esa broma que, ahora que lo pienso, sólo he visto ejecutar en televisión, y que consiste en llenar una bolsa de papel con heces, no necesariamente humanas, para después depositarla sobre el felpudo de bienvenida de una casa. Entonces se prende fuego al papel y se pulsa el timbre, para que el vecino encuentre una bolsa en llamas al pie de su puerta e instintivamente la pisotee, apagando el fuego, sí, pero llenándose los zapatos de mierda en el proceso.

Sólo he tenido conocimiento de esta broma a través de la televisión porque, por diversas razones, esta broma no puede practicarse en nuestro país. A pesar de que hay heces en abundancia, las bolsas que utilizamos suelen ser de plástico, que no arden tan limpiamente como las de papel; y lo habitual es vivir en bloques, cuyo portal se abre a través de un interfono incapaz de pisar nada.

Supongo que por eso este emprendedor par de muchachos intenta una pequeña variación, adaptando la broma a su entorno y a la vez llevándola un poco más allá. La bolsa que utilizan es efectivamente de plástico, y en lugar de arder yace en medio de la carretera, y en lugar de heces contiene un bebé. Los coches pasan por encima creyendo que está vacía, y entonces la sorpresa.

Si os digo la verdad ningún coche para, quizá notan algo raro al pasar por encima de la bolsa-trampa, pero realmente permanecen al margen de la broma, se trata de una broma al aire. Ni siquiera los bebés son de verdad, son muñecos nada más, ya digo que es una broma, no pasa nada.



Aunque el comisario diría otra cosa. El comisario vuelve al hogar después de un día duro, han atrapado a dos muchachos bromistas que ponían bolsas de plástico con bebés dentro en medio de la calle, bebés que habían robado previamente de sus cunas, en un descuido de las madres. Les han aplicado el protocolo habitual, el llamado tratamiento arborescente, que consiste en ramificar las extremidades superiores de los delincuentes, que así sólo pueden delinquir a escala microscópica.

Esta justicia fractal se aplica con la ayuda de varios serruchos y seguetas de diferentes grosores y resoluciones. Se empieza bifurcando los dedos uno por uno, desde la punta a la base, y se continúa serrando longitudinalmente sus respectivos metacarpos, pero al llegar a la muñeca se cambia a un serrucho más grueso, con el que se asierra el antebrazo. Y eso fue todo para los dos bromistas, pero en general el número de iteraciones, el número de grados de ramificación depende de la gravedad de la condena.

Y si sólo fuera un día no pasaría nada, pero es así siempre, ésta es la rutina del comisario. Todo este horror, se lamenta, le ha llevado a refugiarse en la bebida, a desatender a su devota y sacrificada esposa, a la que con gran sordidez ha sido infiel; y lo que es peor, lo que deplora sobre todas las cosas: fallar a su primogénito, que apenas ha entrado en la adolesciencia ha seguido su penoso ejemplo, dando la vida por perdida y entregándose a cualquier clase de escabrosa y desaforada embriaguez.

viernes, 26 de marzo de 2010

Drama irresoluble

(haciendo clic en la imagen se ve un poco mejor, y luego haciendo clic en la esquina inferior derecha, donde al poner el cursor aparece la opción "Expandir a tamaño normal", entonces se ve como dios manda)


Es una entrevista de trabajo, el candidato tiene cabeza de ave, pico de ibis y ojos de lechuza, lo cual no es el perfil que buscan en la empresa, da igual, porque es un maestro en hipnosis y a los pocos minutos sale triunfante con los pantalones del entrevistador doblados sobre el antebrazo, como hacen los camareros con ese trapo o mantel o lo que sea que lleven en el antebrazo, si es que siguen llevándolo ya.
Es inútil, media hora después vuelve a estar sentado en un banco del parque, sufre una repentina crisis existencial que venía tiempo gestándose: su excepcional poder hipnótico ya no le llena, casi preferiría no haber recibido el don, lo de llenar de mujeres campos de fútbol enteros para hacer orgías que duran semanas, lo de hacer que personalidades públicas luchen con botellas rotas y cadenas hasta la muerte, todo eso que cualquiera de nosotros haría si tuviera el poder hipnótico está muy bien, pero a la larga cansa.
De sus palabras se entiende que hubo un señor que le concedió el deseo, alguien que podría despojarle de ese don, pero por su tono de voz cabe imaginar que está muerto.

Lo caduco

Ha tenido que irse, por fin, el buen tiempo, el sol casi justiciero y el floripondio general. Ha tenido que llegar el cielo gris y un viento frío y muy fuerte, que agita inmisericorde las ramas de los árboles por toda la ciudad.

La pústula reblandecida por obra y gracia del zumillo de un coño glorioso. El ímpetu bubónico hundido en una sima de miles de kilómetros. Toda la energía sorbida y entregada a una fosa abisal humana, un agujero imposible de llenar.

Hoy coinciden varias situaciones extrañas. Una campaña estilo “salvad las ballenas” que consiste en mantener apagado por una hora cualquier artefacto eléctrico. No voy a argumentar ni a dar mi opinión acerca de esto, ya digo que hoy vengo manso. También toca esta noche el cambio de hora semestral. Se nos va a hurtar una hora, mientras dormimos, y cualquier tejemaneje temporal de esta clase siempre me inspira recelo y algún que otro delirio. Me intriga mucho que estén tan próximas en el tiempo ambas situaciones. Como si hiciera falta apagar todos los artefactos eléctricos del mundo para cambiar la hora, como si hubiera que parar un reloj gigantesco que desde el centro de la tierra lo alimentara todo. Hay algo turbio, ahí detrás, escuchadme lo que os digo. Estad atentos, el lunes.

Y por último, la inminente tormenta. Las ramas azotadas por el viento, las esporas primaverales, polvo amarillo, flores secas, ramas, tropezones en la ventolera, arremolinándose ante los portales, golpeando mi coche con ruidos secos. Lonas de plástico arrastrándose por la calle, no una simple bolsa de basura, muchas lonas, y muy grandes, reptando sobre el asfalto, por las aceras vacías, olfateando aquí y
allá, irguiéndose por un segundo, amenazando saltar sobre mi parabrisas. El
descampado escupiendo vaharadas de cal a la calle. No es brisa, esto. Algo se cuece.

Sería una coincidencia muy extraña que el apagón se fuera de las manos, saboteado por causas naturales. Que esta tormenta que se cierne y sus rayos aprovecharan el bienintencionado descuido para abrasar varias estaciones transformadoras estratégicamente situadas en todas las grandes ciudades, desmantelando la red eléctrica en su totalidad. Apagar la luz, para descubrir más tarde que por mucho que pulsemos el interruptor, nada vuelve a funcionar.

La lluvia, esta lluvia, tiene algo de esperma. Por la época, claro, por lo sedienta que está la tierra de ella, por cómo se retuerce, la tierra negra e hinchada, vaginal. El viento tiene mucho de embestida, por la manera inmisericorde en la que azota los postigos de la ventana.

Escribo con el cerebro anquilosado, con un exceso de minerales solidificando entre mis neuronas, una suerte de árbol de coral que cruje a cada pensamiento. Voy a seguir la corriente. Voy a apagar borrego cualquier artefacto eléctrico de mi destartalado hogar. A la hora equivocada, eso sí: a las dos, esas que serán las tres, según nos quieren hacer creer. No sé vosotros pero yo deambularé comprobando el estado de los transformadores y los cables de alta tensión, a poder ser muy borracho. Escondiéndome para que no me arrebaten la hora, luego al llegar a casa cambiaré el reloj y fingiré normalidad, pero la hora seguirá en mi poder, para utilizarla cuando mejor me convenga.


PD: Escribí esto hace un año, pero cuando lo quise publicar el cambio de hora ya había pasado, el portal se había cerrado y sólo se abriría un año después, esto es, ahora; por eso los sucesos meteorológicos y vitales que en él se narran han quedado obsoletos o perdido su vigencia. La hora que sustraje sigue acumulando polvo en algún cajón de mi buró, y si publico esto ahora es más por menoscabar el concepto de actualidad que por ensalzar lo caduco.

viernes, 12 de marzo de 2010

Aquel imbécil

Aquel imbécil decidió que la manera de resolver el problema del cambio climático, al menos en lo tocante al derretimiento de los casquetes polares, era subir el punto de fusión del hielo, de modo que éste se derritiera no a cero, sino a cinco grados centígrados. Bastaba con diluir en agua corriente la cantidad justa de un compuesto químico determinado y sentarse a esperar a que esta solución se distribuyera uniformemente por todo el planeta. Es cierto que así se evitó la subida del nivel del mar, pero lo que aquel imbécil no supo prever es que, una vez conseguido este ligero aumento de la temperatura de fusión del hielo, las nieves de las montañas tampoco se derretirían, de manera que el caudal de los ríos a la larga ha acabado siendo menor, disminuyendo así la cantidad de agua potable y provocando terribles sequías y hambrunas. Dado que, por una parte, los océanos fueron recibiendo cada vez menos agua de los ríos, y por otra, su evaporación continuó al mismo ritmo (si no mayor), se comprende fácilmente cómo fue que el nivel del mar, en lugar de subir y anegar miles de ciudades, descendió, retirando la línea de costa varios centenares de metros, kilómetros en algunos casos.

Es verdad que este aumento de la superficie costera generó muchos puestos de trabajo, pero lo que este imbécil no pudo ni de coña prever fue que un pico en la actividad electromagnética solar provocaría como así fue una exótica recombinación del compuesto soluble con el que se había subido el punto de fusión del hielo, y que a estas alturas era ya parte integrante de cada gota de agua del planeta. Esta exótica recombinación provocó que el líquido elemento solidificara instantáneamente en todo el globo, pero no en forma de hielo, sino de una especie de vidrio o cristal tibio, parecido al metacrilato pero extremadamente duro y cortante, incapaz de fluir, derretirse o evaporarse.

Como cabe imaginar, aquello fue un desastre a escala mundial:

Barcos encallados en un mar de vítreas colinas, coronadas por espuma de cristal, tripulaciones abandonadas a su suerte, recorriendo desorientadas y en penoso éxodo esta inacabable extensión de dunas traslúcidas y reflectantes que acaban por causarles ceguera permanente y abrasión en sus pies descalzos.

Nadadores atrapados en ríos, lagos y estanques, pidiendo ayuda a gritos, pidiendo ser libertados, pero sólo el eco de los valles responde, ni siquiera el pescador acude en su auxilio, ha tenido que romperse los tobillos para poder sacar los pies del agua, que apenas le cubría hasta la espinilla, y se arrastra como puede ladera arriba.

Buceadores condenados a la asfixia en una tumba de cuarzo, congelado su movimiento en el acto de comprobar el nivel de oxígeno, congelado en una fotografía claustrofóbica. A doce metros de profundidad este agua solidificada no aguanta el peso del agua que hay por encima, a doce metros de profundidad se resquebraja, se estratifica, por eso he dicho que su tumba era de cuarzo, porque entre las grietas y el modo extraño en que la luz se refracta ahí abajo apenas entrevé el coral, las anémonas, los erizos y los peces payaso que morirán con él en el arrecife, pero no tiene problemas para seguir comprobando el nivel de oxígeno y llevar la cuenta atrás perfectamente.

Bebedores ahogados por su propio trago, solidificado a medio camino. La gravedad no depende del líquido en sí, ya que cualquier bebida contiene agua, sino de lo largo que haya sido el trago: hay quien sólo ha dado un sorbito y, aunque a duras penas, consigue vomitar la amorfa pelota de cristal que amenazaba con asfixiarle, pero el que engullía como si no hubiera mañana ve castigada su ansia con un tramo de vidrio que ha adoptado la forma de su tráquea, su esófago y parte de su estómago, y que ahora se mantiene rígido, obstruyendo el paso de aire, hasta que la falta de oxígeno provoca espasmos y convulsiones que causan la fractura del cristal y la subsiguiente carnicería interna.

Individuos que en pleno disfrute de su ducha se ven súbitamente apresados en una diabólica maraña de volutas cristalinas y, temerosos de romper su prisión y hacerse la carne jirones con las esquirlas, permanecen inmóviles hasta consumirse.



Y la lista sigue, pero es la lista de los afortunados, lo verdaderamente agónico ha sido estar en seco y sentir ese ochenta por ciento de agua que compone el propio cuerpo cristalizando, y no hablo de agujetas generalizadas, hablo de carne desmigada y quebradiza,
huesos de fractura fácil, que al partirse suenan pastoso, como al partir chocolate,
saliva formando una jaula interna en la boca,
líquido lacrimal apresando el ojo como un cepo,
una incómoda y pétrea pelota por vejiga,
el líquido del oído interno solidificado, anulando el sentido del equilibrio, y en consecuencia provocando la estrepitosa caída y rompimiento de todo el que no estuviera sentado o tumbado.

Claro que para éstos, para nosotros, tampoco ha sido mejor, porque respirar se ha convertido en un acto imposible de puro áspero y pesado, y es como si la sangre, en lugar de fluir, hubiera coagulado en las venas, espesa, cuajada de gotas de este vidrio tibio. Como en una morcilla, una morcilla en la que en lugar de arroz hubiera pequeñas cuentas de cristal, un collar de perlas corriendo por mis venas.

Poema licencioso

El hombre está desnudo
en medio de un comedor de empresa.
Un enorme comedor de empresa,
un enorme
comedor de mujeres,
donde hay que hacer cola
y sostener una bandeja,
e ir cogiendo los platos de uno en uno.

Hay mujeres de edad avanzada
pero también hay jóvenes,
aunque la mayoría tienen unos treinta y tantos,
tirando a cuarenta.
Tienen todas mucha clase,
van sutilmente maquilladas,
y visten elegantemente.
Son señoras,
de pendiente de perlas
foulard de cien euros,
y peinado de peluquería.

El hombre desnudo es el salero,
su esperma es el condimento,
le van llamando desde las mesas
para masturbarle
sobre los platos.
Lo hacen con mucha clase,
cogiendo la polla entre el índice y el pulgar,
agitándola breve y educadamente
hasta que se corre encima del plato,
o del cuchillo de untar.

El problema es que cuando el hombre desnudo se corre,
su orgasmo es auténtico,
muy violento,
y gime a gritos,
se agarra a cualquier cosa,
manotea y sufre espasmos,
vuelca las mesas,
dejándolo todo hecho un asco.

Poema lúgubre

El hombre más patético del mundo
se hace de un equipo de fútbol
(aunque no le gusta)
para que no piensen que es mariquita.
En la grada,
un bruto calvorota
le da un codazo en el hígado,
sin querer,
pero desde entonces sangra por dentro.
No dice nada, precisamente
para que no le llamen mariquita.
Ni siquiera cuando el hematoma
se extiende por todo su cuerpo
y tiene que disimularlo
usando polvos de talco.
Desde entonces su piel es violeta.

El hombre más patético del mundo
no se atreve a apagar la radio,
por miedo a que justo cuando la desconecte
ocurra algo gravísimo, algún suceso
que afecte a alguien conocido.
Se acostumbra a dormir con las voces
de los locutores, y sueña programas de madrugada,
donde una insinuante y adormilada voz femenina
escucha las tragedias
y sucesos rocambolescos
en los que se ve involucrada
gente rara.

El hombre más patético del mundo
está solo, aunque a veces,
en mitad de la noche,
le despierta la llamada
de una muchachita de quince años,
para reírse de él
a grandes carcajadas.

El hombre más patético del mundo
va a la iglesia
en busca de consuelo
pero al comulgar,
al impregnarse la hostia bendita
de su saliva
una fuerza sobrenatural
lo eleva por los aires
y lo arroja a través de una vidriera: dios no le ama.

Traspasado por esquirlas de colores
perforado por tiras de plomo
el hombre más patético del mundo
se desangra lentamente
sobre una zarza.

sábado, 6 de marzo de 2010

"¡Schloss!"



Problemas en Atapuerca

Están teniendo problemas en Atapuerca

están teniendo problemas para que les entiendan

los tipos que explican los yacimientos

la gente no entiende nada

la gente va con sus hijos

a pasar un día familiar

pero terminan perplejos, desorientados,

acaban discutiendo en el coche

pidiéndose el divorcio de vuelta a casa.

ESTÁN TENIENDO PROBLEMAS EN ATAPUERCA

Y NADIE HACE NADA.
















martes, 2 de marzo de 2010

¡Ay!

Todo empezó justo antes de cerrar la puerta de mi casa, en esa ya habitual demora que tengo que tomarme cada vez que salgo a la calle y, en el mismo umbral, la gata insiste en explorar el descansillo. Me veo obligado a empujarla con el pie para mantenerla a raya, con el tiempo he ido depurando la técnica: sitúo mi pie bajo su panza y entre sus cuatro patas, de manera que con el empeine puedo levantarla y arrojarla al interior de mi casa cómodamente.

En esos segundos de más que me lleva salir, digo, la puerta del vecino se abrió, y tras ella una señora mayor permaneció en cambio cerrada, cerrada y sonriente. A esta mi vecina yo la había visto sólo una vez, y de pasada (si no contamos las veces que la he visto entrar y salir de casa a través de la mirilla, esas tardes tontas en las que me aburro y no sé qué hacer, y el sonido de unos pasos subiendo las escaleras promete sorpresas y nuevas emociones que luego quedan en nada) Insistente, preguntó si me molestaba la música que ponían a veces, sobre todo su marido, quien al parecer gusta de escuchar no sé qué conciertos a todo volumen, y es cierto que alguna vez lo he oído, pero no me ha molestado nunca e incluso me parece un hábito a celebrar, y así se lo pinté a la señora, muy educadamente.

La cosa no se alargó mucho más, yo pregunté si tenían piano, ella me dijo que no, y que decía lo del ruido porque una anterior inquilina les había protestado (¡Sin duda una loca, una alienada! – repuse yo) y después de aquello habían mandado insonorizar las paredes, y es cierto también que si algo tiene de bueno mi destartalado hogar es el silencio, una ausencia total de vibraciones acústicas en el aire, como si el tiempo se hubiera detenido. Ese aire, completamente quieto y seco, estéril, incapaz de transmitir sonidos, flotando inmóvil en mi salón; pesa como si fuera de piedra. Ese aire, ese silencio me llena de horror, por eso tengo prendida la radio todo el rato y la verdad es que no me entero si los vecinos ponen música. A veces pienso que de hecho serían los vecinos quienes debieran tener motivo de queja, no tanto por la música, que no pongo muy alta, sino por la pornografía, que sí me gusta escuchar a la máxima potencia.

Total, que ni ellos ni yo teníamos queja alguna, así que nos despedimos poniendo fin a aquel orgasmo de urbanidad, civismo y buenas maneras. Sólo más tarde caí en la cuenta de que en un momento de la conversación me había llamado por mi nombre de pila, a pesar de que jamás hemos sido presentados formalmente y yo de hecho no conozco el suyo. Esto no sería del todo preocupante, si no fuera porque se había referido también a actividades muy concretas que suelo llevar a cabo en mi salón (le preocupaba que sus conciertos las interrumpieran) y de las que no sé cómo estaba al tanto.

Porque una cosa es que sepa mi nombre (basta leer los buzones, o preguntar a cierto vecino metomentodo y lenguaraz), y otra muy distinta es saber cómo paso las tardes, lo cual sólo se explica en buena lógica concluyendo que estoy siendo observado y tal vez monitorizado. Después de todo, una de las paredes de mi salón da a su casa, y no sería raro que después de sesenta y quién sabe cuántos años de reclusión hogareña este ama de casa haya sucumbido a sus más bajas pasiones y se dedique a espiar lasciva al joven vagamente apuesto que aquí escribe, que para ser sincero ya ni es joven ni es apuesto, aunque la vagancia le queda toda.

Por eso apago las luces por sorpresa, esperando ver algún delator hilillo de luz procedente de esa pared, o mejor dicho de un hipotético y diminuto agujero practicado en el muro, a través del cual fuera espiado, pero nada. Revuelvo todos y cada uno de los libros y desmonto los anaqueles de la estantería que se apoya contra el tabique en cuestión, no vaya a estar el orificio espía camuflado en alguna moldura, pero todo es en vano. Ya no puedo masturbarme con comodidad, porque siento un ojo invisible fijo en mí, un ojo empañado de geriátrica lujuria.

Esta carencia de alivio sexual resulta extremadamente perniciosa, ya que como todo el mundo sabe el esperma que no es expulsado se acumula en el interior del organismo, pudiéndose formar coágulos de semen en el cerebro, muy peligrosos y difíciles de extirpar una vez arraigados. Antes de que mi sereno juicio se vea nublado por estos cirros lefáticos, resuelvo pasar a la acción: prepararé una emboscada en el descansillo y haré de esta señora mi prisionera, para no soltarla hasta que confiese.

¿Pero por qué escribo en futuro si la tengo aquí a mi lado, amordazada y atada a una silla? Me ruega que le quite la mordaza, insiste en hablar; había pensado torturarla un poco, hasta sonsacarle nada más, pero parece ansiosa por darme una explicación, parece tener una razón sólida para conocer los detalles de mi vida y mi casa.

Y confiesa.

Según su lacrimógena versión, se trata de cierto amorío de juventud que una vez me despechó de malas maneras, con la idea de no volver a verme jamás. Naturalmente y como yo entonces ya me figuré, se acabaría arrepintiendo, aunque hubieron de pasar para ello largas décadas, concretamente cuatro. Según su lacrimógena versión, el día 4 de marzo de 2039, lunes para más señas, tuvo lugar esta revelación, merced a la cual vio claro que sólo a mi lado había logrado ser feliz. Lamenté haber vendido el calendario perpetuo, que me hubiera servido para corroborar su versión (dudo mucho que el 4 de marzo de 2039 caiga en lunes) pero seguí escuchando su melancólica diatriba.

Por fin arrepentida, había encontrado el modo de viajar atrás en el tiempo hasta el momento en que nos conocimos. Llevaba desde entonces espiándome, sin dar señal alguna de vida, ya que de haber interferido habría cambiado el curso de los acontecimientos dando lugar a una paradoja, como todo el mundo sabe. Por eso había esperado hasta que nuestros caminos se separaron completamente, dedicándose en el entretanto a observarme desde una prudente distancia, para recopilar información acerca de mi vida cotidiana, y sin dejar jamás de idolatrarme con fervorosa y recogida devoción.

Sabiendo desde el principio cuál acabaría siendo mi destartalado hogar, se había hecho con la casa contigua, y llevaba desde entonces esperándome, contando los años, haciéndose amiga de todos los anteriores inquilinos, invitándoles a té y pastitas para que éstos le devolvieran la invitación, buscando así ocasión de pasearse por la que sólo con el tiempo sería mi casa.

Cuando por fin, según su lacrimógena versión, se había animado a abordarme, su idea era entablar conversación y eventualmente seducirme. Era, ha dicho con las mejillas arreboladas, su pequeña fantasía: a sabiendas de que no sabría reconocerla, tenía pensado cortejarme como si fuera la primera vez, como si se hubiera hecho borrón y cuenta nueva.

Yo le he dicho que es imposible que fuera mi amor de juventud, que no se le parecía en nada, que estaba vieja, y decrépita, y luego le he puesto una bolsa de Carrefour en la cabeza y la he asfixiado.

Una de esas bolsas nuevas, biodegradables.

domingo, 21 de febrero de 2010

Post Scriptum

A la vista está que escribir en forma blog lo que no es blog viene siendo como hablar en verso por la calle: habrá sin duda quien valore el esfuerzo y se compadezca, pero la mayoría de la gente le tomará a uno por loco y gritará pidiendo auxilio. Es por esto y otras razones de penoso enumerar que me despojo de este raído gabán y lo guardo en el armario para que las polillas le hagan merecido velatorio. Quedo pues en pijama, expuesto al frío y otros rigores pero también suelto, ligero y con mayor y más cómoda holgura.

No puedo decir que la experiencia no haya sido edificante, toda vez que ha servido al menos de desahogo, por irónico y retorcido que éste fuere, pero una vez acabada la defecación no tiene sentido permanecer sentado en la trona, sólo cabe limpiarse con esmero los esfínteres y continuar la marcha con paso animoso. Encuentro además impropio de mi ahora sobrio y juicioso carácter aquel furor pustular que una vez me caracterizare, aquel berrinche ontológico que seguramente conviene al espíritu juvenil, pero que a la larga se convierte en lastre y estorba los movimientos. Tal vez aproveche esta experiencia para redactar uno de esos repugnantes pero lucrativos grimorios de autoayuda, y quién sabe si así podré amasar una pequeña fortuna a costa de la credulidad y orfandad espiritual de tantos zopencos y pusilánimes, que hoy día son legión, y no se olvide que tacita a tacita se hace el mar. Tal vez con esa fortuna pueda por fin llevar a buen término todas aquellas empresas que entre fanfarrias celestiales preñan mi imaginación, tal vez así, quién sabe, pueda hacer realidad esas visiones que me asedian en mis fiebres.

Quizá pueda construir aquel castillo erizado de púas y gallardetes que entreveo en las neblinas de mi delirio, todo él un laberinto; tal vez, por qué no, pueda fletar esa imponente nao en la que sueño surcar lejanos y hediondos mares; o hacerme por fin con un arsenal decente; o sustituir mi fláccido miembro pene por un majestuoso falo hidráulico de oro macizo, incrustado de pedrería; o entregarme desaforadamente a mi pasión por la ingeniería medieval, y construir cual si no hubiere mañana toscos y desmesurados mecanismos plagados de poleas y engranajes, orgías de cuerdas de esparto y vigas de madera basta y sin lijar, circuitos mecánicos de transmisión de fuerzas brutas que como por pentagrama se disponen y contorsionan a placer por un espacio tridimensional finito.

En cualquier caso el disparate continúa, pero ya no más de usté, y ya digo que en pijama.

Y con ésto, dicho queda.



sábado, 13 de febrero de 2010

El hijoputa

Me lo encontré, al hijoputa, porque las llaves se me escurrieron de los dedos al ir a abrir el portal, y tuve la mala suerte de que se colaran por uno de los agujeros que tienen las tapas de alcantarilla para que los poceros puedan levantarlas cómodamente, con ayuda de alguna exótica herramienta, cada vez que tienen que entrar. Yo no soy pocero ni tengo herramientas exóticas así que por poco me despellejo los dedos al abrir la dichosa tapa, en fin, que no me quedó otra que bajar, con el asco que le tengo yo a las cloacas, a todo lo que esté húmedo y oscuro y huela a heces.

Las llaves no las encontré, pero ya digo que al hijoputa sí. No sabría cómo describirle, tiene partes de insecto y partes de reptil, pero el tipo es casi tan grande como una persona, y lo que es seguro es que tiene una sonrisa enorme y asquerosa. He intentado hacer un esbozo, desde luego no le hace justicia, y hay que imaginárselo a tamaño natural, y negro, en realidad tiene la piel gris oscuro, pero no se me da bien colorear:
Es verdad que tiene un aspecto algo siniestro, pero tampoco me parece que se deba juzgar a nadie por su aspecto y nada más, así que hablaré de sus acciones, mencionaré que se trata de un individuo al que en los quince minutos que estuve con él le vi convocar a diez vírgenes que había secuestrado previamente y colocarlas a cuatro patas, formando un círculo, con la idea de desflorarlas a todas a la vez, a la manera de los violadores múltiples. El propósito de semejante ritual era, según me dijo, generar una forma extraña de campo magnético, una especie de inducción mística generada por el acto de desflorar a una virgen, y amplificada por esa disposición espacial en círculo, un poco como en una bobina, o algo así me dijo. Lo cierto es que no domino para nada el tema, la cosa no me quedó clara del todo y tampoco quise preguntar, siendo además que el hijoputa se expresa con mucha dificultad y suena algo gangoso, imagino que por el gran tamaño de su boca. Bueno, he intentado representar todo esto en forma esquemática, esto del mecanismo desflorador. Las líneas verdes y rojas simbolizan el campo inducido, pero podrían no estar ahí en realidad, yo no las vi, de hecho.

No sé, si os digo la verdad este encuentro me ha dejado algo preocupado, me deja varios interrogantes. Como por ejemplo el ruido, ese crepitar que tengo todo el día en la cabeza, un sonido como de arrugar el envoltorio de un caramelo. ¿Será cosa del hijoputa? El psiquiatra dice que no, que se trata de una alucinación relativamente benigna que podría amortiguarse si consintiera en tomar la medicación, pero entonces ¿cómo es que a veces tengo que interrumpir una conversación con otra persona porque suena mi teléfono, y al otro lado oigo ese sonido de nuevo, ese crepitar? ¿Será él, que me llama y no habla, no dice nada, sólo emite ese sonido, ese restregarse el teléfono por las antenas, ese zumbar de élitros?

¿Será él quien me da instrucciones en sueños, sueños plagados de cánticos y símbolos freudianos, sueños en forma de musical donde los protagonistas cantan y bailan y miran a cámara y me dan instrucciones precisas de lo que debo hacer? ¿Será él quien ha hecho entrar en trance a los directores de todas las sucursales bancarias de España, en trance de ojos en blanco y boca abierta como la de un pez, en trance de treinta segundos exactos en los que cada director de sucursal de España transfiere seis céntimos de cada cuenta que existe a la mía para luego no recordar nada, sólo quedar un poco perplejo y desorientado pero sin tener ni idea de que ha participado en un trance fugaz y simultáneo que ha recorrido como imperceptible relámpago, como escalofrío, la piel de las finanzas españolas, pellizcando de cada poro lo justo para que nadie note nada?

¿Será él, el hijoputa, quien me ha dado instrucciones precisas en sueños para que invierta ese monto dinerario extra en un rifle de alta precisión, el mismo rifle que ahora empuño y a cuya mira telescópica tengo arrimado el ojo, el rifle que estoy apuntando y me dispongo a disparar?

LO DUDO MUCHO

sábado, 6 de febrero de 2010

lunes, 25 de enero de 2010