martes, 18 de agosto de 2009

Fragmentos verídicos

Estreno bebida hoy, estreno bebida para dirigirme a ustedes. Es sólo que se me ha acabado la tónica y no tengo el estómago para beber ginebra a palo seco, así que la he mezclado con un zumo, un zumo de melocotón y uva que tenía en la nevera. Así es: ahora compro zumos.

Si les digo la verdad, está asquerosa. Pero no es eso lo que quería decirles. Hay quien sostiene que la pelusa que se forma en el ombligo humano es siempre de un color azul parduzco, independientemente de la ropa que se haya llevado puesta durante el día. Falso. Yo tengo una camiseta roja que deja pelusa roja en mi ombligo humano, cuando me la quito y me lavo los dientes (así es: ahora me lavo los dientes) delante del espejo, veo un hilillo rojo oscuro saliéndome del ombligo, está pegajoso por el sudor, como coagulado cuando meto el dedo índice con preocupación. Mi primer pensamiento es que se me ha desanudado el ombligo por dentro, y por eso sangra, desatado, aquel rudimentario zurcido que me hicieron al nacer, cuando cortaron mi cordón umbilical y lo cerraron con una pinza. Sería ésta herida de muy mal cerrar otra vez abierta, pero tampoco es esto lo que quería decirles.

Vengo de ver una película, y salvo por el dinero que he desembolsado para entrar en la sala, no he notado ninguna diferencia con las que veo en mi ordenador. La pantalla no se veía mucho más grande, dada la distancia a la que estaba situada la butaca, y el esperpento que en tal recuadro se ha desarrollado, bueno, del esperpento tampoco quiero hablar. Recuerdo con mucha más viveza el sonido y el olor de la bolsa de kikos que comía mi amigo acompañante, uno que en verano regresa de su exilio canadiense, un tipo de verdad estridente pero no mala persona, a quien la vuelta al hogar sin duda hace recordar tiempos mejores, porque no para de llamar todas las tardes para juntarse entre varios a beber. O a ir al cine. Pero sobre todo a beber.

Fue gracias a las labores diplomáticas de este sujeto por las que me he reenganchado a la sociedad de los humanos, concretamente a su faceta más amable, la de salir de juerga y alternar. Y nos acercamos por fin a lo que quería decirles.

Hay un tipo, no, no debería empezar hablando del tipo, debería empezar hablando de su hermana. Hay la hermana de un tipo, conocido de muchos años y tampoco mala persona, debería llamarle amigo si quisiera quedar bien con él, pero entonces quedaría mal con el diccionario así que diré mejor que si me pusieran una pistola en el pecho y me obligaran a redactar una lista con los nombres de diez amigos tendría que incluirle, para no quedarme corto. Bueno pues, este tipo tiene una hermana de indescriptible hermosura. Ni es una frase hecha ni ando escaso de epítetos, es realmente indescriptible su felino bellezón. No me explico como puede siquiera salir a la calle, vista la reacción que provoca entre los miembros del sexo opuesto, yendo estos miembros sólo ligeramente borrachos. Es un fenómeno digno de ser visto, el modo en que los machos de la especie se abalanzan embrutecidos hasta caer en su proximidad, para mantenerse entonces a una distancia prudencial de unos diez centímetros y empezar entonces un cortejo más o menos afortunado, basto por lo general. Un fenómeno como digo digno de ser visto, pero que en cualquier caso crispa los nervios de nuestro viejo amigo, este hermano de su hermana, quien sin duda echa en falta un arma de fuego, un arma corta, manejable, tampoco pide tanto el muchacho, seguro que hasta con un simple cuchillo de caza se apañaría. Lo tengo dicho mil veces, la fuerza es la única ley que cuenta a la hora de las tortas, y esa hora, como todas, llega.

Así dicho parece que fuera a hablar de una orgía de guantazos en la que hubiera podido desplegar mis dotes de fino estratega y habilidoso matachín, pero tampoco es el caso. No, lo que con todo esto quiero decir es que estuvo tonteando conmigo, la muy hermosa, me acarició lasciva los hombros, pero al final no pasó nada, al final este hermano de su hermana la agarró de la muñeca y la vistió, eh, he escrito “la vistió” cuando lo que en realidad pasó es que “la metió en un taxi y la facturó a su casa”. En qué estaría pensando. Sí, muy a gusto la hubiera desvestido, hubiera desgarrado esa fina tela que la cubría y le hubiera azotado el trasero con las tachuelas de su propio cinturón. Si algo lamento de no habérmela trajinado en pudiendo es no haber visto ese bellísimo rostro tomado por el escándalo, la perplejidad y la pizca justa de miedo.

No fue un dilema. No fue que temiera ofender a este hermano de su hermana. Fue sencillamente un imprevisto: que semejante hembra se contoneara para mí no entraba desde luego en mis expectativas de futuro. Qué digo imprevisto ¡fue un imponderable!

Bueno, me la follare o no, ahora ya da igual. Es todo lo que quería decirles. No se trata de dar envidia porque no hay nada que envidiar. El otro día lo hablaba con el energúmeno obeso amigo mío. Bueno, en realidad hablaba él, después de tomar un baño en su piscina y comentarle que ya no sabía cómo seguir con aquella fábula de la inundación:

-Esa gente del blog lo único que quiere es que te suicides. Es lo que les mantiene ahí, leyendo. Esperan el momento en que anuncies tu suicidio y lo cuelgues en youtube.