Hay cola en la gasolinera, miedo a la escasez y afán de acaparar. Por eso me lleva más tiempo del habitual repostar mi tullido Force Fiesta, por el atasco cola que precede la llegada al surtidor. Cuando por fin descuelgo la manguera, el runrún y el olor hipnótico de la bencina me arropan la cabeza, y aplico el artefacto tubo por el mecánico orificio, hurgando con su duro fierro las gomas y cañerías de este lateral y accesorio entrante.
Mi carro máquina engulle el preciado líquido del pitorro mangueril, y en realidad es más bien cría de alimoche que me tiene por esclavo proveedor, pero tan engañado vivo ya por resignaciones y sometimientos que prefiero ensoñarme con eróticos palpos, sensuales tocamientos y hurgares con el dedo. A esto ayuda, no puedo dejar de señalarlo, la notable forma de índice encorvado que presenta el metálico pitorro. Mi coche se vuelve fémina a la que yo catapulto a éxtasis plenos de válvulas al rojo, cilindros bombeantes, gruñidos de motor y humo, mucho humo, olor a gasolina y goma quemada. Tan es así que no quiero abandonar este sacrosanto lugar, mecánico himeneo, y una vez mi coche queda satisfecha, retiro el pringoso pitorro, lo sostengo en la mano y añorando ya tan pronto la agradable sensación de bombeo, aprieto de nuevo el puño, y mana la gasolina de mi pitorro fuente, chapotea en el asfalto. Con ella riego por doquier y a troche moche, ora el capó de la mi coche, ora el propio surtidor, ora los coches adjacentes que se retiran al punto, apelotonándose y chocando entre sí como campanas de boda.
Salgo al sol sin soltar mi polluna manguera, me descamiso desatado, me unjo en gasóleos que hago chorrear sobre mi cabeza. Ahhhhh… La ducha gasolina…su tacto volátil y flamable resbalando por mi piel, la luz cegadora del sol y el hilo musical de la Repshop, de resonancias jaguayanas, hacen que me sumerja en lo más parecido a un anuncio de desodorante que la realidad puede dar.
Los vapores son embriagadores en extremo, y pronto me veo profiriendo incoherencias y hablando lenguas extrañas y desconocidas para mí. Me rebozo afrodisiado, retorciéndome cual infiernal súcubo sobre el asfalto rasposo, charco de gasolina. Ya no veo, abstraído del mundo por el vértigo de la maquinaria coyunda, y apenas noto la diferencia cuando por fin salta la chispa, rompe la presa, arde el clímax, euforia petrolífera. Me adormezco mientras mi carne chisporrotea obscena y sublima en forma de humillos blancos.