He caído en la cuenta de una cosa terrible: este mi nuevo entorno laboral en el que hace poco cumplí tres meses de diáspora me está haciendo daño a la cabeza. Este es el caldo de cultivo en el que se cuecen los psicópatas, no me cabe duda. Si no adopto una estrategia pronto, me veo el lunes verdaderamente alunizando, estrellando el coche contra la oficina, o algo peor.
Sólo hay una forma de que un recién llegado grumete como yo consiga su manumisión: hundir del todo este barco fantasma. Arruinar la empresa, porque mi orgullo narcisista me impide ser despedido por incompetente, alcohólico o violento, cualidades todas por las que me distingo, pero que me jode que me recuerden. No, debo ser licenciado con honores, y es posible como digo que consiga mi propósito si juego bien mis cartas y aprovecho la tensa atmósfera que en esta nave se respira.
El ambiente está a punto para el motín. Ya de hecho hubo una huelga no hace mucho, que afectó por cierto a toda la flota corsaria de la que este barco forma parte. Nadie se enteró de dicho paro a pesar de que entre los buques de esta flota hay muchos que se dedican a traficar con señal de televisión, e incluso enormes fragatas que emiten siempre desde un punto distinto de la mar océana. Moviéndose para no ser abordados, huyendo como criminales, y mucho delito cometen pues no hacen sino vociferar mamarrachadas e infectar almas inocentes por todos los rincones del globo. Yo no lo creía, antes, me decía “quite, quite, no será para tanto” pero es así. Una flota que enarbola bandera roja y se proclama amiga de trabajadores, bohemios y afeminados, resulta estar comandada por filibusteros que de puertas para adentro muestran los modales de Jabba el Hutt. Hablo, sí, del infame pirata Cogesable.
No es éste enemigo con el que yo me pueda enfrentar, lo admito. No soy aún lo bastante diestro en el manejo del acero toledano, por más que lo haya probado en mis carnes, como buen científico loco, y en la cabeza de algún aspirante a consumidor de bebidas de cola. Pero no me es necesario batirme contra némesis tal, bastaría conseguir que sea linchado el Comodoro Timorato que gobierna (por decir algo) el buque hundiente en el que viajo. Y como digo, el ambiente es propicio.
Sólo tengo que urdir la treta adecuada. Es cuestión de tiempo que se me ocurra, así que esta noche puedo relajarme, hincharme a ginebra en mi hogar destartalado y mientras suena hortera música de coctel, bailar con mi gata haciendo caso omiso de sus arañazos y de la sangre que hacen brotar y gotea sobre mi mugrienta moqueta morada, donde quedará por siempre.