El hombre más patético del mundo
se hace de un equipo de fútbol
(aunque no le gusta)
para que no piensen que es mariquita.
En la grada,
un bruto calvorota
le da un codazo en el hígado,
sin querer,
pero desde entonces sangra por dentro.
No dice nada, precisamente
para que no le llamen mariquita.
Ni siquiera cuando el hematoma
se extiende por todo su cuerpo
y tiene que disimularlo
usando polvos de talco.
Desde entonces su piel es violeta.
El hombre más patético del mundo
no se atreve a apagar la radio,
por miedo a que justo cuando la desconecte
ocurra algo gravísimo, algún suceso
que afecte a alguien conocido.
Se acostumbra a dormir con las voces
de los locutores, y sueña programas de madrugada,
donde una insinuante y adormilada voz femenina
escucha las tragedias
y sucesos rocambolescos
en los que se ve involucrada
gente rara.
El hombre más patético del mundo
está solo, aunque a veces,
en mitad de la noche,
le despierta la llamada
de una muchachita de quince años,
para reírse de él
a grandes carcajadas.
El hombre más patético del mundo
va a la iglesia
en busca de consuelo
pero al comulgar,
al impregnarse la hostia bendita
de su saliva
una fuerza sobrenatural
lo eleva por los aires
y lo arroja a través de una vidriera: dios no le ama.
Traspasado por esquirlas de colores
perforado por tiras de plomo
el hombre más patético del mundo
se desangra lentamente
sobre una zarza.