Ha tenido que irse, por fin, el buen tiempo, el sol casi justiciero y el floripondio general. Ha tenido que llegar el cielo gris y un viento frío y muy fuerte, que agita inmisericorde las ramas de los árboles por toda la ciudad.
La pústula reblandecida por obra y gracia del zumillo de un coño glorioso. El ímpetu bubónico hundido en una sima de miles de kilómetros. Toda la energía sorbida y entregada a una fosa abisal humana, un agujero imposible de llenar.
Hoy coinciden varias situaciones extrañas. Una campaña estilo “salvad las ballenas” que consiste en mantener apagado por una hora cualquier artefacto eléctrico. No voy a argumentar ni a dar mi opinión acerca de esto, ya digo que hoy vengo manso. También toca esta noche el cambio de hora semestral. Se nos va a hurtar una hora, mientras dormimos, y cualquier tejemaneje temporal de esta clase siempre me inspira recelo y algún que otro delirio. Me intriga mucho que estén tan próximas en el tiempo ambas situaciones. Como si hiciera falta apagar todos los artefactos eléctricos del mundo para cambiar la hora, como si hubiera que parar un reloj gigantesco que desde el centro de la tierra lo alimentara todo. Hay algo turbio, ahí detrás, escuchadme lo que os digo. Estad atentos, el lunes.
Y por último, la inminente tormenta. Las ramas azotadas por el viento, las esporas primaverales, polvo amarillo, flores secas, ramas, tropezones en la ventolera, arremolinándose ante los portales, golpeando mi coche con ruidos secos. Lonas de plástico arrastrándose por la calle, no una simple bolsa de basura, muchas lonas, y muy grandes, reptando sobre el asfalto, por las aceras vacías, olfateando aquí y
allá, irguiéndose por un segundo, amenazando saltar sobre mi parabrisas. El
descampado escupiendo vaharadas de cal a la calle. No es brisa, esto. Algo se cuece.
Sería una coincidencia muy extraña que el apagón se fuera de las manos, saboteado por causas naturales. Que esta tormenta que se cierne y sus rayos aprovecharan el bienintencionado descuido para abrasar varias estaciones transformadoras estratégicamente situadas en todas las grandes ciudades, desmantelando la red eléctrica en su totalidad. Apagar la luz, para descubrir más tarde que por mucho que pulsemos el interruptor, nada vuelve a funcionar.
La lluvia, esta lluvia, tiene algo de esperma. Por la época, claro, por lo sedienta que está la tierra de ella, por cómo se retuerce, la tierra negra e hinchada, vaginal. El viento tiene mucho de embestida, por la manera inmisericorde en la que azota los postigos de la ventana.
Escribo con el cerebro anquilosado, con un exceso de minerales solidificando entre mis neuronas, una suerte de árbol de coral que cruje a cada pensamiento. Voy a seguir la corriente. Voy a apagar borrego cualquier artefacto eléctrico de mi destartalado hogar. A la hora equivocada, eso sí: a las dos, esas que serán las tres, según nos quieren hacer creer. No sé vosotros pero yo deambularé comprobando el estado de los transformadores y los cables de alta tensión, a poder ser muy borracho. Escondiéndome para que no me arrebaten la hora, luego al llegar a casa cambiaré el reloj y fingiré normalidad, pero la hora seguirá en mi poder, para utilizarla cuando mejor me convenga.
PD: Escribí esto hace un año, pero cuando lo quise publicar el cambio de hora ya había pasado, el portal se había cerrado y sólo se abriría un año después, esto es, ahora; por eso los sucesos meteorológicos y vitales que en él se narran han quedado obsoletos o perdido su vigencia. La hora que sustraje sigue acumulando polvo en algún cajón de mi buró, y si publico esto ahora es más por menoscabar el concepto de actualidad que por ensalzar lo caduco.