(Dramatización)
Si Francisco Franco Bahamonde no hubiera tenido "e" en su nombre, habría sido bautizado como Francisco Franco Bahamond. Esta pequeña pero fundamental diferencia habría cambiado sin duda el rumbo de su vida, ya que las estilosas y afrancesadas resonancias de su nuevo nombre, repetidas una y otra vez desde pequeñito al pasar lista en clase cada día, habrían forjado su carácter de una muy otra manera.
Muy probablemente habría desechado la carrera militar, y habría ejercido sin duda como croupier en algún casino de Ferrol. Llevaría discretamente pero sin complejos su homosexualidad, quizá manifestada en forma de finísimo pendiente, casi alfiler, en su oreja derecha. El gobierno republicano no habría sido depuesto por él, sino por el propio Hitler, quien habría optado por afianzar el flanco occidental europeo para expandirse después hacia el este. La guerra mundial habría durado quince o veinte años, y hubiera sido especialmente sangrienta en nuestro país, ya que el III Reich, al considerar la península como un nido de peligrosos izquierdistas y afeminados, habría optado por los españoles en lugar de judíos como el pueblo elegido para morir.
El estado de Israel no existiría, en cambio, al finalizar la contienda las Naciones Unidas habrían proclamado que, para compensar a la raza ibérica por todas las atrocidades cometidas contra ella, era de justicia y menester devolverles el Imperio de Ultramar, esto es, toda Centro y Sud América a excepción de Brasil. A día de hoy, España ejercería este Imperio con puño de hierro, habría ya invadido los Estados Unidos y Europa (y Brasil), construyendo un titánico muro en los Urales para defenderse del chino.
Paradójicamente, el sueño del caudillo que sí fue se habría cumplido de esta forma, si el caudillo que no fue se hubiera reconciliado con su homosexualidad, abandonando sus irrealizables delirios de grandeza y beatificación.
La lección es evidente: perseguir un ideal (o en general cualquier propósito) sólo consigue el malogro y rompimiento del mismo. Muchas veces es mejor hacerse un ovillo en un rincón y aguardar pacientemente a que las piezas del mundo, en su sempiterno girar y permutar, encajen como a nosotros se nos apetece.