Una vez más, no me invento nada. Esto es un calco de una fotografía que aparece hoy en un periódico, que no he reproducido aquí tal cual para suavizar el golpe. Entiendo que la temática resultan un tanto indigesta, pero alguien debe sacar este pequeño gesto a la luz y tampoco es que sea ésta la primera vez que me zambullo en lo oprobioso.
Se trata como puede verse del clásico saludo fascista con los dedos de la mano extendidos en continuación rectilínea del brazo, salvo el pulgar, que se lleva plegado bajo la palma. Cabe destacar que la ejecución es este caso intachable, y precisamente lo prodigioso del gesto radica en que se aprovecha el pliegue pulgar para sostener un cigarrillo, el cual presumiblemente se reserva para su inminente fumado.
Cabría señalar también que la unión visual de estos elementos, palma y cigarrillo, remiten de alguna manera al acto de liarse un porro, pero esto tal vez dependa de los referentes del observador.
Todo esto implica una fuerte contradicción, un conflicto entre el sentido del gesto en sí, riguroso tanto en lo formal como en sus connotaciones ideológicas, y el aportado por el cigarrillo en espera, que remite claramente a un momento de solaz, relajación y esparcimiento difícilmente conciliable con el carácter marcial del saludo.
El observador se halla, en suma, perplejo. No sabe si tomar en serio a estos elementos, algo que ni ellos mismos parecen hacer, ya que no respetan su propia liturgia; o al revés, preocuparse por la cotidianeidad que se desprende de este gesto. Después de todo, el que sean cutres y dejados ¿significa que ya no quieren exterminarle a uno? ¿O quiere decir más bien que lo harán igualmente, pero de forma chapucera? Esto sería peor, sin duda. Ser llevado a la cámara de gas para agonizar durante tres días porque en un descuido uno de los verdugos se ha dejado la ventanilla de las duchas abierta.
¡Y ni siquiera pasan a comprobarlo! ¡Todo el fin de semana respirando Zyklon B aguado! ¡No es de recibo, ésto!