domingo, 3 de julio de 2011
Lo primero que ví al salir del búnker
Una mujer disfrazada de mantis religiosa, sosteniendo un cubata en la mano.
Es el final de una de tantas historias que se pudren en los cojones de mi mesa. Ahí va el sorbo de esa leche agriada: un tipo se encierra por error en un búnker antinuclear de fabricación casera, creyendo en vano que ha tenido lugar un holocausto nuclear. Al principio todo va bien, tiene álbumes de fotos y cintas VHS de sobra para pasar el rato. Enseguida empieza a aburrirse y palidecer, trata de componer un mensaje de socorro a partir de fragmentos recortados de programas de televisión, pero es inútil. Aparecen las alucinaciones. En un principio las achaca a la radioactividad, pero a la larga descubre que se deben a un hongo que infecta todas sus provisiones de comida. Se resigna a morir de hambre. Luego cambia de opinión y decide salir al exterior, y encuentra todo como estaba. En lugar de un yermo radiactivo plagado de mutantes caníbales, un mundo nuevo al fin y al cabo, encuentra todo como estaba. Sigue el atasco, sigue el calor, nadie se ha ido.