Quiso la miserable penuria tomar forma de macarra triunvirato que se presentó intruso, a bordo de un estruendoso coche, haciendo gala de malos modos y basta personalidad al apearse del auto. Pidieron entonces papel, para fumar, se entiende, que aparte de ese uso los macarras de esta clase sólo le conocen el de rebañar esfínteres. Al rato estaban sacudiéndose de lo lindo y entre sí, por pasar el rato, incomodándome en extremo y, debo decirlo, infectando de terror mis putrefactas entrañas.
Por suerte se fueron y siguió la cháchara insulsa por la que estos conocidos escupían sus respectivos rencores, fermentados al paso de los meses y en el fértil, ubérrimo estiércol con que se engrasa esta Humana Máquina de la que somos tuerca, tornillo, biela todo lo más. Asqueado por los barrotes y pistones con que este leviatán le apresaba y sondaba, uno de los conocidos imploró volver a lúdicas actividades del pasado, como grabar un corto, uno de esos abortos narrativos, grotescos monstruos de frankenstein audiovisuales, aberrantes creaciones que si verdaderamente fueran hijos sufrirían indecibles tormentos y paraplejias.
Perplejias fue lo que sentimos cuando ya de noche y aún allí se acercó un todoterreno para aparcar junto a nosotros, sin apagar las luces. Cuatro individuos observaban desde el interior en tiniebla. Sus siluetas, inmóviles, sus rostros en sombra fijos en nosotros. Dieron las largas un par de veces, provocando risitas nerviosas entre las féminas que allí había, y un estado casi animal de alerta en mí.
Se fueron sin más, pero no sin dejarme sumido en la más profunda ira, pues si yo tuviera el derecho a tener y portar armas de fuego, aquellos siniestros merodeadores se hubieran llevado su merecida metralla.
Aproveché la primera ocasión para largarme de tan inseguro espacio, pero seguí dando vueltas a aquella propuesta del conocido, picado por la idea de repetir torpezas pasadas en el vano intento de contar una historia, audiovisual por añadidura. Si ya me cuesta expresarme con palabras y tartamudeo furiosamente al hablar en público, ceñirme a un estilo descriptivo y pedestre como el de un guión me resulta irritante, y de hecho los escasos intentos que he terminado son harto fétidos.
Soy asaz manirroto en el manejo de las estructuras narrativas, incluso de las más sencillas, y enseguida me disperso para acabar indignado y maldiciendo a dios. Me obceco con alguna palabra y la repito como un orate, y lo dejo ya del todo cuando caigo en la cuenta de que el susodicho verbo no se va a ver en la pantalla. Entonces busco inspiración en el plagio, y me veo algo como “El almuerzo desnudo” para acabar más confuso y espantado que antes si cabe.
Y ahora, me parece que la lavadora hace ruidos extraños, como de insecto. Por eso, y a falta de pestillo, calzo la puerta y me concentro en el teclado. Emprendo animoso el aporreo digital, pero no sale nada coherente y sujeto furioso el monitor por las solapas, lo abofeteo, no dudando en coaccionarle físicamente para que me de lo que quiero. En vano, la máquina sólo musita daisy mientras sus cristales rotos chisporrotean de dolor y mueren.
Desnudo, en el centro de un pentáculo, acariciando mi cráneo de ciervo, conjuro a las furcias inspiraciones. Y una de esas putas de Lucifer flota hasta mi oreja y susurra ahí un titular:
EL HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA
SECUENCIA 1
Mazmorra
El HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA está atado a una silla, una PROSTITUTA ASIÁTICA vestida de cuero, antifaz y gorra-visera de coronel nazi, le está lamiendo por todo el cuerpo. El hombre que sudaba gasolina suda.
Ella le azota lasciva. Coge uno de los cirios pascuales que iluminan la estancia y empieza a verter cera líquida sobre él. Luego con una boquilla le hurga los orificios nasales, ante lo cual él suda. Se enciende el cigarrillo que iba adherido a la boquilla y perversamente lo acerca a la cara del hombre, quien suda abundante gasolina.
Se prende en llamas todo su cuerpo, mientras con las piernas hace presa para que la prostituta asiática finalmente se abrase con él, tras mucho forcejear.
SECUENCIA 2
Sala de autopsias
EL FORENSE está diseccionando el cadáver carbonizado del hombre que sudaba gasolina. Junto a él, un POCERO vestido con un traje de plástico y máscara antigás observa.
FORENSE
Pero ¿Qué..?
Al abrir el cadáver ha descubierto que el hígado es biónico. El pocero le aparta del cadáver y le explica.
POCERO
Resulta que a este señor se le implantó en su momento un hígado
artificial capaz de sintetizar gasolina e inundar con ella el organismo todo. No
hará falta que abunde en las posibilidades que esto ofrece en cuanto al
abastecimiento energético del país. Es de vital importancia que usted muera por
haber sido testigo del hecho. No podría dejarle vivir ahora que sabe que hay
seis implantados más caminando y sudando tranquilamente por las calles. Es por
ello que procedo a golpearle con este pico que portaba al efecto. Cae usted
muerto, y no me sorprende porque he sido fiero en el ataque. Tras proferir una
siniestra carcajada, me voy.
SECUENCIA 3
Atasco
Otro HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA resopla ante el volante en el atasco veraniego. Va descamisado y suda. Su TELÉFONO MÓVIL, en el asiento del copiloto, se abre y despliega sus patas de robot artrópodo. Sin que el hombre se aperciba, el teléfono se acerca al pivote del mechero y lo aprieta, cargando todo su peso en él. El teléfono mira fijamente al hombre hasta que el pivote salta, entonces lo extrae con un brazo articulado y lo aplica al codo del hombre sudoroso, quien se queja molesto y luego prende.
No acierta a quitarse el cinturón de seguridad por mucho que lo intenta y pronto las llamas hacen pasto de su asiento también, poco a poco del coche todo. El resto de los vehículos no puede avanzar ni retroceder, de modo que van explotando en cadena.
SECUENCIA 4
Restos del atasco
El POCERO registra uno por uno los coches entre los restos aún humeantes. Por la matrícula encuentra el del otro HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA, y extrae el hígado biónico de sus churruscadas entrañas. Se aleja espantando a los buitres.
SECUENCIA 5
Chalé con piscina en el campo
a)Jardín/Día
Otro HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA está preparando el fuego de una barbacoa. Hay MUJERES EN BIKINI. Las vemos evolucionar, ducharse y jugar con una pelota a cámara lenta, cactus enhiestos de fondo en el jardín. El hombre sopla con fuerza para avivar las brasas, sin dejar nunca de sudar debido al gran calor y a las mujeres en bikini. Por ello al aspirar demasiado cerca de las brasas el fuego prende su cabeza, y respira llamas, pero tiene el buen juicio de correr a la piscina y arrojarse al agua.
Sintiéndose cerilla usada, pero vivo, el hombre es atendido por las mujeres en bikini.
b) Exterior del chalé/Día
El POCERO baja los prismáticos y maldice:
POCERO
¡Maldigo!
Baja de la furgoneta y de su parte de atrás saca un lanzallamas, con el que entra en el chalé.
c) Jardín/Día
El POCERO espanta a las MUJERES EN BIKINI con su lanzallamas y lo aplica entonces al cuerpo del otro HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA, quien chilla y se retuerce.
d) Jardín/Noche
El POCERO observa el cuerpo completamente calcinado, del cual extrae el hígado biónico, que debido a su naturaleza ignífuga, sobrevive intacto a la cremación.
SECUENCIA 6
Embajada
Otro HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA se está rociando con gasolina para quemarse a lo bonzo delante de la Embajada. Ceremonioso, enciende una cerilla y se la aplica para estallar en una enorme bola de fuego que hace palidecer el sol y cubre de hollín y bochorno la Embajada.
SECUENCIA 7 (SECUENCIA ELIMINADA)
Garita
El POCERO y el ABAD DE WESTMINSTER discuten dentro de la garita.
POCERO
Y con este van cuatro… Faltan tres, pero quiero la mitad del dinero
ya porque todo esto me está suponiendo muchos gastos. Si no te convence me pagas
los cuatro que te estoy dando, y nos olvidamos de los otros dos. Pero como la
fama de tu exquisito paladar te precede, ambos sabemos que no vas a decir que no
a semejante manjar. Así que cojo el dinero que me corresponde y me voy.
ABAD
Muy bien.
SECUENCIA 8
Salón
La luz de una pequeña y débil LINTERNA revolotea por un salón a oscuras. Arrastra una silla y se sube a ella, para alcanzar la bombilla que cuelga del techo. Con las tijeras del pescado corta el cable justo por encima del casquillo, separa sus dos hilos, los pela y apenas ha empezado a introducírselos a la nueva lámpara que se ha comprado, su MUJER abre la puerta y entra en el salón, apretando el interruptor. Se enciende una lámpara de pie que permite ver al HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA subido en una silla cambiando la lámpara del salón, si bien prendiendo en el empeño y de un chispazo brotado de los cables pelados.
SECUENCIA 9
Crematorio
El VERRUGOSO OPERARIO EN CAMISETA DE TIRANTES abre la escotilla inferior del horno y con un costroso rastrillo de metal barre las cenizas del último HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA para meterlas en la urna y enroscar la tapa.
VERRUGOSO OPERARIO EN CAMISETA DE TIRANTES
¡Ay!
Un ÁSPID le ha picado en el talón, por eso se le cae la urna y se quebranta esparciendo las cenizas sobre el mugriento piso del crematorio, donde el HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA siempre quiso acabar sus días.
También cae el operario, y con unos últimos espasmos muere. Luego aparece el POCERO con una cesta, donde coloca al áspid, acariciándole la cabeza con el dedo.
Abre el portón del horno, esperando encontrar el hígado incorrupto del HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA pero no encuentra más que óseo carbón sobre la reja parrilla.
SECUENCIA 10
Acantilado de cartón piedra
El HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA declama al tormentoso cielo, con sus bucles culebreando al viento.
HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA
¡Oh, mísero de mí!¡He fingido mi propia muerte en vano! Vivía convencido de que mi obra no se reconocería hasta que no hiciera óbito, y por ello he simulado en patética comedia mi deceso, para sólo descubrir que mi marchante se ha apropiado de mi obra inédita, y la hace pública, presentando como autor a su sobrino de ocho años. Infaustos hados se
ciernen sobre mi serena frente, pues no puedo desfacer aquéste engaño y todos mis amigos me dan por muerto. A la mierda, pues, horror mundano, necia oquedad, vida hedionda. No te padeceré más.
El HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA se arroja por el acantilado y explota contra las rocas en una bola de gasolina ardiendo, batida por las olas.
SECUENCIA 11
a) Cocina
El último HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA arruga el gesto y se lleva la mano a la tripa acusando ardor de estómago. Abre la alacena y saca sal de frutas.
b) Exterior
El POCERO baja los prismáticos y maldice.
c) Cocina
Suena el timbre y al abrir la puerta el hombre se encuentra a un INDIVIDUO SOSPECHOSO vestido de repartidor.
INDIVIDUO SOSPECHOSO
Vengo a traerle su comida.
HOMBRE QUE SUDABA
GASOLINA
¿Qué comida?
INDIVIDUO
La que usté ha pedido
HOMBRE
Yo no he pedido ninguna comida. Y tú ni siquiera llevas
comida encima.
INDIVIDUO
¿Por qué no va a comprobarlo?
HOMBRE
Pero ¿qué voy a tener que comprobar? No he pedido y punto.
INDIVIDUO
Insisto en que debería comprobarlo
El hombre resopla y va a por el teléfono al dormitorio, momento que el INDIVIDUO aprovecha para poner una microcámara en la salida de gases. A través de ella vemos la cocina entera, y al hombre volver con el teléfono en la mano, perdido en algún menú.
El INDIVIDUO ya se ha ido.
SECUENCIA 12
Cocina
El HOMBRE QUE SUDABA GASOLINA lee el periódico en la mesa de la cocina. Entra un cóctel molotov, atravesando el cristal de la ventana. Cuando el hombre intenta apagarlo entra otro, y otro más, inflamando la cocina y parte del salón. Entonces intenta huir, pero la puerta ha sido atrancada. Debido al gran calor, suda. Esquivando las llamas alcanza la terraza y se arroja al vacío.
Comisaría
El monitor muestra la imagen que de la cocina ofrece la microcámara.
COMISARIO
(furioso)
¡Mierda! Si ese pocero no sale en la imagen no tenemos pruebas…
Abadía de Westminster
El ABAD DE WESTMINSTER come hígado biónico encebollado con ayuda de un mendrugo, quien le sostiene el tenedor, pincha un trozo y se lo lleva a la boca.
ABAD
(lascivo)
Mmmmmmm…
Un rótulo proclama la palabra “FIN” mientras oímos la lúgubre risa del POCERO.
Harto fétido. No digan que no les avisé.