Introducido en un ascensor de cartón. Cubierto de cartón, dijeron que por unas obras, pero cada vez lo cubrían más, el tubo fluorescente, el espejo, los botones, todo, hasta que se descubre que eran una banda de hampones amigos de lo ajeno, que habían sustraído las valiosas planchas de metal y cables del ascensor, dejando sólo la carcasa cartoniana. De ahí los bandazos y la fatal y estrepitosa rotura del suelo al sobrepasar el límite de peso.
Ser de cartón.
Aplicarse cada día tiras de cartón húmedas sobre la piel, para que poco a poco arraiguen y se disuelvan con la propia carne. Hasta que los huesos no sean más que tubos como de papel higiénico y la carne toda esté formada a su vez por capas de cartón corrugado.
Esto le convierte a uno en un ser versátil y adaptativo, toda vez que en seco se es de una extrema ligereza, pudiendo dar grandes saltos y ser arrastrado por un viento moderadamente fuerte, a la manera de esas “cometas” tan de moda en Viena últimamente; y en mojado tiene uno más peso específico, además de un reblandor que permite flexionar las extremidades en cualquier dirección. Tacto esponjoso, chapoteo a cada paso.
Además, y ya sea estando seco o impregnado de fuel-oil, puede uno arder en un momento, con sólo sostener una colilla o manipular una lupa demasiado a la ligera.