Llego a casa y me abro una cerveza mientras arranca el ordenador y empiezo a escribir que por fin llegó mi ansiada manumisión. Suena muy mal, eso de ser despedido y ponerse a beber.
Salir de trabajar, dar un par de vueltas para aparcar evitando al gorrilla de turno, ignorando sus señas hacia el sitio libre, no atropellándole por pura urbanidad. Aparcar por fin, en silencio caminar por la calle y meterse en un bar, un bar casi vacío, un par de tipos a su bola cada uno, leyendo el periódico y tomando un café, el sol por la ventana, muy tranquilo y silencioso el bar y llegar y pedir una caña por favor.
Suena muy mal, con el maletín al lado, el maletín de despedido. Sin pasar por casa siquiera, sin decírselo a nadie, sentarse en la barra y ponerse a beber.
Un sol tremendo. No se puede decir ya eso de la gélida y puta calle, con este calor tan ricamente dando. Tampoco funciona el emepetrés, en el coche, de modo que tengo que cantar para entretenerme mientras conduzco, cantar a ritmo de blues, con la voz polvorienta y legañosa.
Mi manumisión coincide con un traslado provisionalmente definitivo a una sórdida y hongosa sentina, los bajos fondos de la nave nodriza, la goleta principal del infame pirata. La cubierta inferior, la más mierdosa y plagada de humedades. Aún tengo que terminarla, la mudanza, tengo que seguir yendo a trabajar por unos días y lo más arduo será aguantarse las ganas de abofetear al comodoro timorato, ese tipo inverosímil.
El barco hundiente llevaba ya unos meses encallado, y finalmente será desguazado para almacenarse sus pedazos en este fondo de bodega que digo. El comodoro timorato insiste que estos pedazos serán un día reconstruidos, insiste mientras me comunica mi cese, por cosas así digo que es inverosímil, no hay quien le crea, no para de negar evidencias y ser al mismo tiempo él mismo prueba fehaciente de que hay castas y poco más, de que el mérito no tiene nada que ver con nada, son conceptos abstractos y aislados de la realidad del mundo, el mérito, el talento, la valía, el trabajo duro, todo esto no vale un pimiento y esforzarse es inútil.
Tendríais que verle escribir una carta, una simple carta usando el mismo programa con el que ahora manuscribo. No comprende qué son esas rayas rojas y onduladas como ruffles que salen debajo de las palabras mal escritas (como ruffles) en este programa con el que ahora manuscribo. No lo comprende y te llama a su despacho para que se lo expliques, no comprende su propia incomprensión, no comprende qué es quedar en mal lugar, quedar de tonto delante de un subordinado.
Este tipo se encarga de producir películas. Este tipo decide. Con su culo de sabandija, su culo de escurrir el bulto, su culo de untuoso y aristocrático memo, paradigma de la imbecilidad y el cretinismo, en serio os lo digo, no es malo, no es ningún cabrón, es sólo el tipo más tonto que jamás he conocido. El tipo que decide.
Aún me quedan unos días por aquí, ya digo. Dará de sí, la cosa, yo desde luego tengo planes para cuando sea efectivamente libre, y ninguno incluye el envío de hojas de vida.