miércoles, 14 de mayo de 2008

Calma chicha

Mi comportamiento suicida del día ha sido conducir escuchando una selección de temas de la banda sonora de James Bond contra el Dr. No (de entre los que me gustaría destacar el que hace número 32) Pudiera parecer al ojo inexperto que esta conducta difícilmente resultará en muerte, pero a continuación demostraré que es sólo una cuestión de grado. Como quizá sepan, soy gran amigo de llevar las cosas a su extremo y reducirlas al absurdo, y encuentro esta afición reveladora por cuanto que pone al descubierto las ridiculeces y sinsentidos de la vida. Tengo, he de admitirlo, el hábito de realizar experimentos de este tipo, cuando olisqueo la demencia en alguna conducta o hábito socialmente aceptado, sigo el rastro y escarbo perruno la tierra que han puesto de por medio. Y el suelo destripado nunca defrauda, todo lo contrario, el asomo de locura insensata que brotaba dél y agitábase cual culebrilla resulta ser la punta del tentáculo de todo un Cthulhu soterrado.

Decía que es cuestión de grado porque es indispensable que el volumen a que se reproduce la canción sea tal que los altavoces amenacen con ajarse y reventar. Efectivamente, los tambores de guerra y ominosas fanfarrias de hermosísimos temas como el que decía más arriba provocan en el conductor una suerte de euforia berserk que supone un peligro infinitamente superior a una borrachera o fumada, por severas que éstas sean. Así, he podido constatar que, bajo el influjo de la música adecuada, mi proverbial observancia de la ley se desvanece como el humo y hago de mi vehículo misil que pone en evidencia a los demás conductores, endebles manirrotos que sueltan el volante y se cubren la cara al verse rebasados por mi atronadora cafetera. Atronadora por la música, se entiende, no por un motor que suena a tos de octogenario. Es cierto que a más de 110 km/h este mi carro deleznable vibra sobremanera, le bailan todas las juntas y amenaza con desguazarse en plena marcha, pero todo ello no hace sino retroalimentar el vértigo psicópata que provoca la tonadilla bondiana, vértigo que a su vez me impele a mantener el pedal pisado a fondo mientras profiero risotadas dignas de demente.

Pero cuando llego a la nave hundiente donde se ejecuta mi esclavismo, el épico ardor guerrero que corría por mis venas se disuelve envenenado por el olor a oficina que desprende la cubierta del navío. Éste se encuentra amarrado en un sucio y ruidoso puerto francés, sito junto a un mercado do hemos facturado a la indeseable de mi deseable jefa y al comodoro timorato, quien al parecer se dedica a recorrer coqueto el paseo marítimo dotado de una grotesca pamela y sosteniendo en brazos un perrillo repugnante. Mientras, la mi jefa vocea verdulera detrás del astroso tenderete donde se exponen varias de las pinículas que viajaban en la bodega y que ahora se cuecen al sol de Niza. Copias que por cierto me tocó a mí descargar al más puro estilo estibatorio: despotricaba y arrugaba yo entonces el gesto, asqueado por el inmundo hedor que despedían estas herrumbrosas latas, tomadas de orín y moho de tanto esperar amontonadas en las tripas a medio inundar del barco. Consolábame a mí mismo como conviene a mi carácter de natural pajillero, recordando que invitafantas más nobles que yo hánse visto en semejante circunstancia.

Sobre la cubierta, al no haber capitán, los miembros de la tripulación huelgan y se entregan al tedio, y yo encuentro que es buen momento para escribir a la familia.


"Estimada Sancta Mater,

Los días transcurren podridos de molicie en esta prisión náutica en la que por tu culpa me veo recluido. He estado leyendo y documentándome, y me encuentro en posesión algunos datos reveladores que creo debes saber.

He descubierto que la causa de mi afición al fracaso y mi tendencia a la inadaptación se deben a ciertos sucesos acaecidos durante mis primeros días sobre este perro mundo. Y es que he sabido recientemente (porque al final todo se sabe, por más que se intente esconder) he sabido recientemente digo que cuando tuve a bien nacer estaba vigente una moda entre los médicos, a saber: no alimentar al neonato con sustancia ninguna hasta transcurridas 24 horas desde el exilio uterino. Así, lo que debió haber sido una entrada triunfal por la puerta grande de la vida, evento digno de celebración con todo tipo de viandas e hidromieles, convirtióse en penoso ayuno que consistió a la postre en mi primera y más importante lección: no fiarse de nada ni de nadie, y no esperar de la vida más que decepciones, hambrunas y otros chascos. Es obvio para cualquiera que éste y no otro es el origen de mi carácter abstinente y pajillero, y de mi enfermiza tendencia al ya mencionado fracaso, que la R. A. E. tiene a bien definir como:

1. m. Malogro, resultado adverso de una empresa o negocio.
2. m. Suceso lastimoso, inopinado y funesto.
3. m. Caída o ruina de algo con estrépito y rompimiento.
4. m. Med. Disfunción brusca de un órgano.

Hermoso cuarteto que te dedico a tí, mi sancta mater, por haber hecho caso de médicos y otros ineptos orates que no teniendo ni puta idea se creen dueños de insondables saberes y viven imbuidos en una aureola de moderno chamán que a su entender les da derecho a pastorear los humanos rebaños como les parezca. Debiste echarte al monte y parirme en una sórdida ladera, asistida como mucho por un cónclave de brujas y sátiros.

Retirándote el saludo,

El tu hijo"

Contento con la epístola resultante doblé el pliego varias veces sobre sí mismo, lacrándolo después y entregándoselo al grumete correveidile, quien lo hará llegar a destino por los canales pertinentes. Me desperecé entonces y anduve hacia la borda, sobre la que me apoyé para vomitar con la satisfacción del deber cumplido.