La premisa es sencilla: el tipo tiene una tarántula por mano. Dentro de lo malo, tiene que estar agradecido, por lo menos dispone de ocho patas articuladas y oponibles que hacen las veces de dedos.
Aquí le vemos rellenando un atestado.
Aquí fuma. Quizá haya que explicar que lo de la derecha es el interior de su boca. Aún no le habéis visto la cara pero ya le conocéis las caries, es lo que tiene internet.
¡Ah! Así que después de todo no es más que un lechuguino encorbatado y calvo como un huevo. Lechuguino perplejo, pero poco. Es una perplejidad de poco más o menos, un descoloque de oficina, de papel mal archivado. No es genuino estupor.
¿Cómo? ¿Le da mucho asco tocarse con su mano de araña? ¡Pero no utiliza su mano normal! Observad como la deja aparte, detrás del muslo, como si hubiera olvidad que la tiene. Jamás lo reconocerá, pero en el fondo le gusta el tacto velludo de su miembro arácnido, le excita su versatilidad y eficacia, y el modo distraído y casi ausente con que solventa cualquier labor que se le encomiende, por repetitiva y pegajosa que sea.