He intentado reengancharme al fornicio nocturno, sin verdadera fe, y por tanto sin resultado alguno. No acaban ahí mis impotencias, pues he de confesarme también incapaz de contar con algún interés los sucesos del jueves pasado, durante cuya noche me dí al bebercio en compañía de unos. Venían amigas suyas, dos de las cuales eran víctimas potenciales. Una de ellas huesuda y presuntamente morbosa, y en efecto podría haberlo sido, pero ya digo que era huesuda y ojerosa, de murciélago el rostro, y apenas se me puso a tiro lo suficiente para cagarla, ebrio. Supongo que quien realmente me interesaba era la otra, una morenita bastante hermosa al tiempo que de aspecto opusino. Creo que era eso lo que me ponía grumoso el miembro y me daba ganas de impregnar su rostro virginal con mis pálidos mucílagos. Pero me pudo la pereza del inacabable antes y el siempre eterno después.
Ni el viernes hubo suerte, tampoco. Me junté con una lesbiana conocida de antes, la cual me acabó confesando con total naturalidad y en público que deseaba fornicar conmigo. Yo repliqué caballeroso que me era del todo imposible fornicar con una mujer prometida, pues está en efecto dicha envra prometida a una cubana cuyas fogosas represalias temo. Quién sabe, tal vez hubiérase unido la indiana a la coyunda en lúbrico triunvirato, pero sospechaba yo que aquella era más de dar navajazos para luego besar viril a su poseída.
El caso es que me ofreció hierba, lo que ha sido siempre un aliciente para mí. Tenía una amiga suya, al parecer, 300 gramos para vender, y lo decía abriendo mucho los ojos, como si fuera una cantidad imposible de colocar. Por ello quedé yo como un potentado al demandar una rebaja por comprarle todo. Así es, empiezo a parecerme a ese fenotipo tripudo y cazallero que sólo encuentra excitación en cerrar tratos cuanto más gordos, mejor.
Para formalizar tanto la compra como la propuesta de fornicio, accedí a presentarme en una fiesta temática que habían organizado, a la cual era imprescindible acudir caracterizado de estrella musical. Yo opté por disfrazarme de Dúo Dinámico, para lo cual hube de pasar la noche anterior confeccionando sendos chalecos de punto rojos y planchando con raya mis dos camisas y pantalones blancos.
Para el que sería mi partenér musical, fabriqué un sosias a base de rollos de papel higiénico habilitados sobre un armazón de alambre de percha, que iría adherido a mi hombro derecho a la manera siamesa. Llegué a practicar incluso un par de numeritos musicales frente al espejo, y acabé consiguiendo mover a mi títere compañero con alguna gracia.
Lamentablemente, en la fiesta todas se fijaban en mi hermano cartoniano. Llegó incluso a darse el lote con una morena de ojos rasgados y rollizo bullarengue, mientras una pecosa amiga suya le tocaba obscenamente el paquete, aferrando viciosa la bratwurst con la cual, en un alarde de insensatez, había dotado a mi afortunado e inerte amigo, sin parar mientes en el agravio comparativo que su morcillón habría de suponer para con mi escueta entrepierna.
Corroído por la envidia, aproveché una visita al cuarto de baño y la emprendí a golpes con mi muñeco partenér, destrozándole el su cuello de papel, estallando su cabeza globo, machacando su torso contra el lavabo y en general desmembrándole entero.
Salí del baño rabioso, deshaciéndome a grandes manotazos de los restos de aquel otro que sin ser siquiera demostraba mayor habilidad y pericia que yo para la caza coyunda, dejándome en el peor de los lugares.
A la mañana siguiente, resaca febril, y mal olor. Ropa tirada por el suelo de mi alcoba, junto con tres o cuatro carteras de desconocidos. El empaste cerebral que me atormentaba no me impidió colegir que había obtenido aquel botín la noche anterior, al final de la fiesta, muy borracho, sí, pero lo bastante lúcido como para sustraer aquellas billeteras con prestidigital soltura y oportuna desmemoria.
En efecto, soy cleptómano.