(viene de aquí)
Aquí vemos a nuestro triste amigo haciendo alguna clase de gestión. Alguna burocracia pesada y gris, en el transcurso de la cual su interlocutor repara en el arácnido apéndice que le sirve de mano...
...aplastándola a golpe de dossier.
[Aquí el autor ha recargado quizá demasiado la imagen, dificultando su legibilidad y cayendo en un sensacionalismo un tanto barroco. Queremos creer que trataba de representar el reflejo del muñón arácnido en el ojo estupefacto del protagonista]
Bueno. No sabría decir muy bien por qué, pero el caso es que la reacción natural de nuestro amigo es introducir el muñón por la boca del impulsivo burócrata.
...y apropiándose de él para siempre con un horrible sonido de ventosa.
Esto supone sin duda un cambio importante en su vida. Después de todo, su antigua mano de araña cumplía perfectamente la función prensil que de ella se esperaba, pero ¿un cerebro? Un cerebro no tiene pulgares oponibles, como mucho lóbulos que pueden encorvarse un poco, y con mucho esfuerzo. Tiene, eso sí, otras ventajas. Puede ser estimulado con impulsos eléctricos más o menos sutiles. No me invento nada: si te aplican electrodos directamente en el cerebro, pueden hacerte revivir momentos pasados, y no hablo de hacer memoria, hablo de vivir otra vez. Nuestro ladrón de órganos pasa una buena temporada explorando el cerebro del desdichado burócrata con la ayuda de una simple batería de coche y una panoplia de alfileres, agujas de punto y clavos.
Por si alguien se lo pregunta, es él quien sigue al mando. El cerebro del burócrata no tiene acceso a ningún nervio importante, tal vez siga ahí ¡pobre hombre! luchando por hacerse con el control de este cuerpo nuevo que le ha usurpado la vida. Es inútil, no conseguirá nada más allá de provocar algún espasmo en el brazo, y al final se acabará rindiendo. Para nuestro ladrón de órganos la cosa es muy diferente. Ha encontrado un juguete infinito, un universo vital y psicológico a su entera disposición. Con el tiempo, mucho tiempo, adquiere una técnica muy depurada, y logra mezclar no sólo recuerdos sino sueños, terrores y toda clase de depravadas fantasías en un único escenario por el que puede moverse a voluntad. Mucho tiempo, eso sí, mucha práctica. Años de languidez e infinito clavado de alfileres, años de hurgar ese tembloroso y mágico tejido de molusco.
De lo que se colige que las extremidades vienen y van, pero la masturbación permanece.