Nuestro héroe fabrica un artefacto capaz de invertir el flujo temporal, su idea original es retroceder al pasado y operar allí con la ventaja que le otorga conocer el devenir de las cosas, pero una vez activa el ingenio descubre que la inversión temporal no se detiene. Viaja continuamente hacia atrás en el tiempo, a una velocidad veinte veces menor que la habitual. Todo el mundo parece ir hacia atrás, muy despacio, supone que para los demás él mismo parece también moverse y actuar a la inversa, pero en su caso los otros sólo pueden percibir una mancha fugaz y borrosa.
Comprende con gran desazón que está atrapado en este universo de tiempo invertido, y al principio lo lleva muy mal, siente un gran rencor hacia todas las demás personas que hacen vida al mismo ritmo y en el mismo sentido. Por eso roba, no hace falta decir que su velocidad relativa le hace muy fácil sustraer carteras o sin más coger el billete de entre los dedos de aquel que se dispone a pagar a cámara lenta invertida. Nótese que el principio de causalidad también funciona al revés, de modo que nuestro héroe jamás tiene que afrontar las consecuencias de sus actos: las reacciones de sus víctimas tienen lugar después del robo, pero este después es para él su pasado inmediato, un pasado alternativo que acaba de provocar. Al principio no se da cuenta, pero en su remontar el flujo cronológico está provocando un monumental deshilachado en el tejido espacio-temporal, que en cualquier caso nunca le afecta, ya que todas estas ramificaciones quedan siempre detrás de él.
Enseguida descubre que no necesita en absoluto el dinero, y que más le vale hacerse directamente con aquellos bienes materiales que desea. La mayor parte de ellos no funcionan como es debido, como descubre cuando se le ocurre robar cierto descapotable, y es que casi ningún artefacto mecánico es reversible en términos de causa-efecto, y cualquier intento de utilizarlo resulta un traqueteante pandemonio que las más de las veces hace saltar el mecanismo por los aires. Se acaba conformando con poder comer, y casi todos los alimentos le producen fuertes ardores de estómago, ya que al proceso digestivo ordinario hay que sumar la inversión temporal del bolo alimenticio, por la cual la materia ingerida queda sincronizada y puede ser finalmente asimilada por su organismo.
Tras estos primeros arrebatos de comportamiento anárquico y antisocial, la rabia deja paso a una honda desesperación al comprobar que efectivamente el tiempo natural transcurre veinte veces más despacio, de modo que para remontarse un solo día deben transcurrir casi tres de sus semanas. Para matar este tiempo se dedica a hacer cálculos, y concluye apesadumbrado que, considerando su esperanza de vida, no llegará a remontarse más allá de año y medio en el calendario, dos años tirando por lo alto.
Cae pesadamente en la cuenta de que el verdadero fin de su experimento había sido retornar al tiempo de su niñez, y desde allí recorrer de nuevo su vida con renovados ímpetus y haciendo toda clase de trampas. Confiesa por fin a grandes voces que lo que realmente pretendía era fornicar con todas y cada una de las hembras que alguna vez le habían atraído, y si bien su condición actual le permite aprovecharse de cualquiera, no alcanzará jamás ni las mujeres ni los escenarios de su juventud.
Se desfoga por tanto con desconocidas, y mientras las somete considera cómo puede ser para ellas la experiencia de ser poseídas a la inversa por una forma vagamente humana que las penetra durante poco más de medio minuto a una elevadísima ratio de embestidas por segundo. Como ya se ha explicado, no llega jamás a ver las consecuencias de estos sobrenaturales asaltos de colibrí furioso, porque cuando exhausto y desfogado abandona la escena del delito, la hembra en cuestión se encuentra en lo que para ella son los instantes previos al mismo, y camina despreocupadamente por la calle o permanece absorta en la lectura de su libro.
Perdido el norte, invertida la polaridad de su existencia, se entrega durante varios años a la satisfacción inmediata de sus deseos carnales. Cuando una mañana, tras una intensísima y ardua labor de investigación, logra dar por fin con una conocida a la que siempre había deseado en vano, la sigue muy lentamente mientras ella deshace el camino de ida al trabajo, se cuela en su portal y sube con ella las escaleras, disfrutando cada uno de los largos minutos que le lleva este proceso. La observa desvestirse y ponerse la toalla y entrar de espaldas en la ducha, y un buen rato después ponerse el pijama y caminar a la cocina, y allí recoger la mesa donde acaba de desayunar, y luego sentarse a la misma y regurgitar el contenido de un plato de cereales y leche, y entonces ya no puede contenerse más y la toma al asalto. Luego echa una pequeña siesta mientras ella prepara el café, y sus bostezos, su pelo desordenado y ese aire legañoso de recién levantada le encienden de nuevo las entrañas, y ya está otra vez erecto como un sátiro cuando ella se mete en la cama y golpea el despertador, dando comienzo a una secuencia de pitidos muy lentos, graves y sensuales. La toma de nuevo mientras duerme, y a cada embestida ella parece despertar sobresaltada y al mismo tiempo volverse a dormir, y disfruta de una forma inimaginable al follársela en este continuo y turbulento despertar.
Después, sintiéndose un poco culpable, considera el modo en que esta conocida puede haber quedado traumatizada. Debido a la rapidez de sus movimientos, es muy probable que, por intensa y significativa que haya sido la experiencia, ella no haya distinguido su rostro y jamás llegue a asociarle con el fenómeno. Pero esto también le pasaba cuando funcionaba al mismo ritmo que los demás.
En los años posteriores intenta redimirse. Escribe en notas de papel los resultados de la lotería, y los deja a la vista de alguna persona que le resulte simpática. Trata de entablar conversación, para lo cual practica durante mucho tiempo el habla a la inversa, pero es incapaz de superar la barrera que supone la diferencia de sentido en el flujo temporal. Cuando se encuentra con algún antiguo amigo se queda muy quieto para que su cara sea reconocible, e intenta devolverle el saludo, pero es inútil, ambos creen haber contestado al saludo del otro. La comunicación es imposible.
Comprende con gran desazón que está atrapado en este universo de tiempo invertido, y al principio lo lleva muy mal, siente un gran rencor hacia todas las demás personas que hacen vida al mismo ritmo y en el mismo sentido. Por eso roba, no hace falta decir que su velocidad relativa le hace muy fácil sustraer carteras o sin más coger el billete de entre los dedos de aquel que se dispone a pagar a cámara lenta invertida. Nótese que el principio de causalidad también funciona al revés, de modo que nuestro héroe jamás tiene que afrontar las consecuencias de sus actos: las reacciones de sus víctimas tienen lugar después del robo, pero este después es para él su pasado inmediato, un pasado alternativo que acaba de provocar. Al principio no se da cuenta, pero en su remontar el flujo cronológico está provocando un monumental deshilachado en el tejido espacio-temporal, que en cualquier caso nunca le afecta, ya que todas estas ramificaciones quedan siempre detrás de él.
Enseguida descubre que no necesita en absoluto el dinero, y que más le vale hacerse directamente con aquellos bienes materiales que desea. La mayor parte de ellos no funcionan como es debido, como descubre cuando se le ocurre robar cierto descapotable, y es que casi ningún artefacto mecánico es reversible en términos de causa-efecto, y cualquier intento de utilizarlo resulta un traqueteante pandemonio que las más de las veces hace saltar el mecanismo por los aires. Se acaba conformando con poder comer, y casi todos los alimentos le producen fuertes ardores de estómago, ya que al proceso digestivo ordinario hay que sumar la inversión temporal del bolo alimenticio, por la cual la materia ingerida queda sincronizada y puede ser finalmente asimilada por su organismo.
Tras estos primeros arrebatos de comportamiento anárquico y antisocial, la rabia deja paso a una honda desesperación al comprobar que efectivamente el tiempo natural transcurre veinte veces más despacio, de modo que para remontarse un solo día deben transcurrir casi tres de sus semanas. Para matar este tiempo se dedica a hacer cálculos, y concluye apesadumbrado que, considerando su esperanza de vida, no llegará a remontarse más allá de año y medio en el calendario, dos años tirando por lo alto.
Cae pesadamente en la cuenta de que el verdadero fin de su experimento había sido retornar al tiempo de su niñez, y desde allí recorrer de nuevo su vida con renovados ímpetus y haciendo toda clase de trampas. Confiesa por fin a grandes voces que lo que realmente pretendía era fornicar con todas y cada una de las hembras que alguna vez le habían atraído, y si bien su condición actual le permite aprovecharse de cualquiera, no alcanzará jamás ni las mujeres ni los escenarios de su juventud.
Se desfoga por tanto con desconocidas, y mientras las somete considera cómo puede ser para ellas la experiencia de ser poseídas a la inversa por una forma vagamente humana que las penetra durante poco más de medio minuto a una elevadísima ratio de embestidas por segundo. Como ya se ha explicado, no llega jamás a ver las consecuencias de estos sobrenaturales asaltos de colibrí furioso, porque cuando exhausto y desfogado abandona la escena del delito, la hembra en cuestión se encuentra en lo que para ella son los instantes previos al mismo, y camina despreocupadamente por la calle o permanece absorta en la lectura de su libro.
Perdido el norte, invertida la polaridad de su existencia, se entrega durante varios años a la satisfacción inmediata de sus deseos carnales. Cuando una mañana, tras una intensísima y ardua labor de investigación, logra dar por fin con una conocida a la que siempre había deseado en vano, la sigue muy lentamente mientras ella deshace el camino de ida al trabajo, se cuela en su portal y sube con ella las escaleras, disfrutando cada uno de los largos minutos que le lleva este proceso. La observa desvestirse y ponerse la toalla y entrar de espaldas en la ducha, y un buen rato después ponerse el pijama y caminar a la cocina, y allí recoger la mesa donde acaba de desayunar, y luego sentarse a la misma y regurgitar el contenido de un plato de cereales y leche, y entonces ya no puede contenerse más y la toma al asalto. Luego echa una pequeña siesta mientras ella prepara el café, y sus bostezos, su pelo desordenado y ese aire legañoso de recién levantada le encienden de nuevo las entrañas, y ya está otra vez erecto como un sátiro cuando ella se mete en la cama y golpea el despertador, dando comienzo a una secuencia de pitidos muy lentos, graves y sensuales. La toma de nuevo mientras duerme, y a cada embestida ella parece despertar sobresaltada y al mismo tiempo volverse a dormir, y disfruta de una forma inimaginable al follársela en este continuo y turbulento despertar.
Después, sintiéndose un poco culpable, considera el modo en que esta conocida puede haber quedado traumatizada. Debido a la rapidez de sus movimientos, es muy probable que, por intensa y significativa que haya sido la experiencia, ella no haya distinguido su rostro y jamás llegue a asociarle con el fenómeno. Pero esto también le pasaba cuando funcionaba al mismo ritmo que los demás.
En los años posteriores intenta redimirse. Escribe en notas de papel los resultados de la lotería, y los deja a la vista de alguna persona que le resulte simpática. Trata de entablar conversación, para lo cual practica durante mucho tiempo el habla a la inversa, pero es incapaz de superar la barrera que supone la diferencia de sentido en el flujo temporal. Cuando se encuentra con algún antiguo amigo se queda muy quieto para que su cara sea reconocible, e intenta devolverle el saludo, pero es inútil, ambos creen haber contestado al saludo del otro. La comunicación es imposible.