viernes, 13 de marzo de 2009

Peer Sedición

Creía que era yo solo, pero no. Creía que era yo quien había perdido mi ser vago y maleante para acomodarme al disfraz de ciudadano, pero no, sólo lo he dado sí, rompiendo sus costuras para hacerme sitio.

Creía que era yo quien imitaba a este hatajo de mercachifles viciosos y podridos de cudicia. Eso creía, pero es al revés. Son ellos los que se comportan ahora como yo, los que aborrecen su negocio y repudian este vano amasar las horas. Todo el día hurgando internet como quien se hoza los esfínteres, mascando este insípido y resobado chicle, absentismo virtual, huelga encubierta.

-Sí, sí, déjamelo ahí que ahora lo hago.

Mentira. Sigue diciendo marranadas en algún sórdido chat.

Infectados de mi purulencia, de mi afición al atentado por omisión y desgaste. La furia pustular que en tiempos me hiciera conducirme con violencia y a traición ha dado paso a un nuevo método si cabe más sutil e indetectable, un continuo y venenoso peerse del espíritu que por doquier propaga bufidos de pereza e incita a una suerte de rebelde catatonia, inoculando en cuantos me rodean la ferviente y ponzoñosa vocación de ser lastre.

Lo sé porque lloran. Yo jamás lloro, tengo los conductos lacrimales desecados y si algún día aciago hubiera de brotar algo de ellos, sin duda sería un espeso y bituminoso mucílago que a nadie conmovería.

Pero lloran porque he conseguido hacerles sentir, como yo, esclavos.

Ponen la misma cara que aquella nínfula a la que, a través de la verja del instituto, le dije: “Si te gusta el colegio, el trabajo te va a encantar”. En vano, mis avinagrados encantos fallaron de nuevo y no hubo modo de llevarla a la cama.

Resultó al fin que su coqueteo era frívolo y sucio juego. Tanto aguantar sus peroratas de niña herida, sus interesados arrumacos, su lascivia incontenida, todo para nada. Abrumada por la figura de un padre conquistador y crápula cuya atención sólo conseguía atraer en forma de bofetadas, este pequeño súcubo va por ahí faciendo entuertos y desmanes por los que ser castigada, encontrando un placer morboso en los azotes que de este tortuoso modo obtiene. He jugado el juego un rato, pero ya me harté del moho de su espíritu y de sus besos con anzuelo.

Me pesa hoy especialmente la resaca. Es todo lo que saqué en claro de la pasada noche, a beber, otra vez. En el patio interior de una casa ocupada por muy diverso público. Los habituales del panc, caballeros solventes con chaqueta de pana, carteristas dando abrazos gratis. Y haciendo amalgama de tan dispar tropezón, un curioso engrudo, mezcla de hippieza y raperidad, hirsutas lanas vs. chándals reflectantes, mugrientas rastafarías junto a abrigos de holgura más que notable, alpargatas negruzcas y gorras ladeás, flautas compartiendo vaso con relucientes collarazos de exconvicto. Una alianza peculiar, de la que desde luego yo no tenía conocimiento hasta ayer. En cualquier caso, un ambiente ligeramente más sano y honesto que el siguiente bar, donde si bien la actividad era exactamente la misma, lo cerrado de la techumbre y la polución del respirable desaconsejaban permanecer allí mucho rato. Como de un tiempo a esta parte la escasa vida nocturna que desarrollo se limita al más estricto alcoholismo, encuentro cada vez menos temas de conversación, y no sé cómo acabé voceando la receta del cóctel molotof a la oreja de un amigo. Lo hago mucho, últimamente, escribo esta receta una y otra vez en diferentes formatos y soportes, detallando cada etapa del proceso y explayándome en avisados consejos sobre su elaboración. No sé muy bien por qué lo hago. Se me ocurre distribuir estas instructivas octavillas para su dominio público, pero al punto recuerdo la endémica memez del íbero medio, ese bruto, y prefiero no propagar aún más este tipo concreto de conocimiento práctico para no acabar yo mismo en llamas.

Afectado seguramente por algún panfleto que sin querer leí anoche, medito acerca de las actividades que desarrolla mi grupo de afinidad, esto es, aquellos que llevan tanto tiempo siendo amigos que uno no puede decir en rigor que los haya elegido. Dichas actividades consisten en el puro esparcimiento, más concretamente la asistencia a tugurios y el consumo de sustancias, entre las que destaca el etílico brebaje, adulterado con gran perfidia las más de las veces. Y pienso que efectivamente este mal llamado ocio ha conseguido absorber completamente las energías y tiempos del grupo, cuando no acortado gravemente su esperanza de vida, previniendo muy astutamente que la sobriedad y otras lucideces nos hubieran hecho preferir la sedición.

Es por ello que a partir de ahora me referiré a todas estas actividades presuntamente lúdicas y de seguro nocturnas como “El Hocio” siendo nombre de probada sonoridad y porcinas resonancias.

Ayer fui convocado al camarote del jefazo melindroso. Tiene la lela costumbre de cerrar la puerta de su despacho y subir el volumen de su televisor para que nadie escuche lo que dice desde el exterior, costumbre ridícula si pensamos que nunca ha dispuesto de información sensible, y más que hablar balbucea, llegando a articular verdaderas andanadas de sílabas inconexas que pueden durar hasta el medio minuto. Pues bien, no sé qué ha hecho al tocar el mando que han aparecido un par de tetas en la pantalla, bien restregadas por las manos de su dueña, húmedas y jabonosas bajo la ducha.

Me ha contado lo mismo que a los demás, muy diplomático, admitiendo que lo de renovar mes a mes es una "canallada", pero recordando que en la casa directamente no se renueva, y que de hecho aún tiene que aprobárselo el jefazo de personal. O sea que igual ni eso.

Así que en lugar de escuchar, me he recreado en la imagen de las tetas enjabonadas para, lastre y ceporro, decir a todo que sí.