viernes, 9 de mayo de 2008

Maraña de sábanas

La noche era ventosa, y puesto que las ventanas de mi casa son viejas y de postigos extravagantes, cada uno de una forma y ninguno con la del vano en el que ha de encajar, es por esto que entra el viento y bate puertas y cortinas. Parecía realmente como si intentare dormir en frágil esquife, perdido en alta mar, como si en lugar de cimientos la mi casa tuviera quilla y fuera juguete de las olas. Parecióme hasta que salpicaba el agua de mar por las ventanas.

En esto que oí crujidos y golpes viniendo de mi salón. Yo, que acostumbro a dormir desnudo porque todo pijama que he probado me irrita pústulas y bubones, me puse en guardia, extrañado por la atmósfera sobrenatural de que estaba preñada la noche.

Lo que no pude asimilar del todo fue ver abrirse la puerta de mi dormitorio, que como todas chirría, empujada por la alegoría náutica. Sin duda era ella, hecha toda de mástiles y arboladuras, enredada de cabos y arrebujada en velas cuyos flecos aleteaban al viento. A cada movimiento crujían sus cuadernas, parecía oler a mar, y tenía percebes y lapas parásitos de sus húmedas maderas. Con voz grave y ominosa me propuso obscenidades:

-YACE CONMIGO…

No sabiendo yo exactamente cómo conducirme ante tan epatante aparición, puse cara rara. Desnudo, en pie sobre la cama, la observé de arriba abajo, cuan larga era (y lo era mucho) para concluir:

-Aparatosa coyunda la que usté me propone. Sepa que yo soy muy decente, y poco amigo de experimentos. Por no hablar de que no parece adivinarse en su calafateada anatomía orificio alguno que yo pudiere penetrar…

A lo que el ser ente contestó:

-YACE CONMIGO… Y YA VEREMOS QUIÉN PENETRA A QUIÉN…

-¡Ah, no! ¿Sodomita, yo? ¡JAMÁS!

Empezó entonces épico enfrentamiento, a cara de perro y mano desnuda. Quien en alguna ocasión haya combatido contra un bípedo constituido de fragmentos de mástiles y maromas sin duda guardará recuerdo de semejante experiencia y no me dejará mentir: no es en absoluto tarea fácil doblegalle.

Por suerte que soy hombre precavido, y así como llevo el maletero bien provisto de pistolas de clavos, sierras, martillos y otros útiles, tengo el juicioso hábito de guardar hachuelas bajo el colchón, por si se declarare algún incendio. Sirvióme así este utensilio para plantar cara a la alegoría náutica, que de todos modos mostrábase fiera y agitaba su botavara con gran peligro para mi cabeza.

La luna llena iluminaba la escena, peligrosa a más no poder: la alegoría y yo batallábamos con crueleza y sin piedá, mordiéndonos y golpeándonos, rugiendo sobre el precario tejado de la mi casa.

Yo tengo a bien vivir en un barrio de negros, los cuales no tardaron en arremolinarse en torno a mi morada, que es baja y vieja, como de pueblo, de modo que su tejado hace perfecto escenario del combate. Cuando finalmente logré desequilibrar al ser, que cayó al vacío de mi patio y estrellóse en mil astillas contra el suelo, quedó el moreno público gratamente impresionado, y comentaban entre sí lo pequeño que era mi miembro en comparación con los suyos, y lo antihigiénico que encontraban el pellejo de este mi pene incircunciso.

Desperté al volante, yendo al trabajo. La ley no permite superar los cien por hora en la M-607, por eso reduje un poco la velocidad. Circulaba por el carril izquierdo, el que normalmente transita gente propensa a la prisa y otras úlceras, conductores éstos que encontraron mi observancia estricta de la ley contraria a sus intereses. Pitaba un grueso todoterreno tras de mí, y amenazaba con su gordo morro. Como yo no me amilano ante bravatas de este estilo, aminoré un poco más la marcha, provocando la furia de los que tras de mí circulaban. Uno de ellos rebasóme por la derecha en un claro atentado contra el reglamento, con tal mala suerte que tras la curva siguiente provocó un estruendoso choque en cadena al impactar con una acumulación de vehículos que hacían retención. Volaron todos por los aires al explotar, y sólo mi coche cruzó incólume entre la masacre de hierrajos negruzcos y retorcidos, dejando una estela de fuego y humo.

Bueno, eso es lo que hubiera pasado en un mundo mejor, donde reinare la justicia, pero como está claro no es el caso. Si yo gobernare el universo tal como mando en mis sueños, hace años que habría sublimado y como buen señor todopoderoso, me dedicaría a jugar al gua con los planetas. De momento me tengo que conformar con dar bocinazos y cagarme en familiares a través de la ventanilla.