Me estoy masturbando delante del ordenador. He encontrado un CD de cuando trabajaba en la
oficina, en él hay un montón de fotos de la cena de navidad, y unos cuantos
vídeos. Me estoy masturbando mirando los vídeos.
He tenido que bajar el volumen
porque el tipo que ha grabado estas escenas con su cámara de fotos no para de hablar y me desconcentra.
Era una de esas cenas de navidad en las que se intercambian regalos de forma anónima, para que nadie sepa quién le ha regalado, ni por qué. Es una manera de que nadie se quede sin regalo, pero a la vez hace que el acto de recibir el regalo sea un poco solitario. Hay que ponerse de pie mientras los demás miran cómo lo desenvuelves y descubres qué es.
He borrado el vídeo en el que salgo yo nada más verlo. He saltado los vídeos de los demás tíos de la oficina y he seleccionado los vídeos donde salen las mujeres. Son mujeres de todo tipo y edad, no especialmente hermosas, pero da igual.
Me estoy masturbando mirando los vídeos en los que
estas mujeres abren sus regalos y fingen sorpresa y miran a cámara y sonríen.
No hay mucho material en realidad,
sumados los cuatro o cinco vídeos apenas llegan a cuarenta segundos, y yo tardo un poco en correrme, así que inevitablemente el bucle se va repitiendo. Los gestos de las mujeres abriendo sus regalos y fingiendo
sorpresa son cada vez menos creíbles. Ellas mismas parecen cada vez más huecas y planas, como si el recuerdo de aquella escena y aquellas mujeres estuviera siendo borrado a cada pasada de la imagen, quedando sólo una sucesión de espectros pixelados
que fingen sorpresa y miran a cámara y sonríen.
Cierro los ojos y recuerdo lo
que sentía cada día al caminar del coche a la oficina, al bajar a
tomar café o a fumar cigarrillos, al ir al comedor de empresa y
comentar con los demás lo que había de menú. Sólo así logro correrme.